La mayoría de las empresas automotrices del mundo (y varios inventores particulares) trabajan sin descanso para diseñar el coche eléctrico perfecto, uno que borre del mapa a los coches impulsados por gasolina. Sin embargo, y a pesar de lo que muchos creen, este no es un fenómeno nuevo. Mucho antes de que los coches fuesen siquiera remotamente populares, un par de estadounidenses construyeron el primer coche eléctrico funcional de la historia. Fue en 1894, y sólo sus baterías pesaban más de 700 kilogramos. Pero funcionaba, y podía recorrer hasta 160 kilómetros sin repostar.
Está claro que necesitamos terminar con la dependencia de los combustibles fósiles. Seguir quemando petroleo se está convirtiendo en una amenaza para nuestro planeta y -de todos modos- su disponibilidad no durará para siempre. Una de las alternativas propuestas como “combustible” para los coches es la electricidad. Suponiendo que conseguimos generar electricidad de alguna forma limpia, los coches eléctricos podrían reemplazar a los que hoy usamos. Muchos creen que la idea de un coche eléctrico es relativamente reciente, pero cierto es que se trata de un concepto casi tan viejo como la industria automotriz. El primer coche eléctrico funcional fue estrenado el 31 de agosto de 1894. Fruto del trabajo conjunto de un ingeniero llamado Henry Morris y un su amigo Pedro Salom, un químico tan joven como el, fue construido casi 100 años antes de que la idea de un coche eléctrico fuese considerada como una alternativa seria por la industria. Cuando estos dos inventores sacaron su coche a la calle, en un caluroso viernes de verano, los peatones detuvieron su paso para verlo. No era para menos: su coche era el primero -de cualquier clase- en toda Filadelfia.
El medio de transporte habitual en esa época era el caballo, así que las calles de la ciudad estaban llenas de perfumado estiércol, y el coche avanza zigzagueando entre las boñigas. El “Electrobat”, tal como lo habían bautizado, era bastante feo. Morris y Salom construyeron el Electrobat en sólo dos meses. Había sido diseñado para poder transitar sin problemas por las desparejas calles de la ciudad, con ruedas delgadas y altas, más parecidas a las de un carro que a las de un coche moderno. Como es lógico, utilizaron los elementos que tenían a su alcance y el motor, por ejemplo, era un modelo utilizado algunos barcos. El coche completo tenia un peso superior a las dos toneladas, y parecía un carro al que le han robado los caballos. Solamente las baterías, de plomo y ácido, pesaban más de 700 kilogramos. Habría que esperar casi un siglo para disponer de las de polímero de ion de litio, más livianas y con mayor capacidad de carga, pero así y todo, el Electrobat se las arreglaba para recorrer hasta 160 kilómetros con cada recarga. Durante las pruebas realizadas en los meses siguientes a su presentación en sociedad, este prototipo recorrió miles de kilómetros sin mayores problemas. Disponía de dos asientos delanteros, situados casi arriba de las ruedas delanteras, y tenia espacio para tres o cuatro personas en la parte de atrás.
Como ha ocurrido con otros inventos, la radio entre ellos, la historia suele atribuir la paternidad del coche eléctrico a más de una persona. Muchos libros se refieren al pequeño triciclo de 150 kilogramos de peso construido por Philip W. Pratt, en Boston, como el primero, pero el Electrobat fue anterior. Y para ser justos, si bien Morris y Salom construyeron uno perfectamente funcional y con gran autonomía, lo cierto es que en otros países se presentaron prototipos más o menos parecidos varios años antes. Dejando de lado estos “pequeños detalles” sobre como decidir exactamente a quien corresponde el premio gordo, lo cierto es que el Electrobat fue un verdadero adelantado y la historia cuenta que diez años después de ser construido el Electrobat, solamente había 500 coches -todos impulsados por gasolina- en Filadelfia. Los dos amigos abandonaron el prototipo y construyeron una nueva versión, el Electrobat 2, que pesaba unos 800 kilogramos en total y era mucho más pequeño. Solo podía transportar al conductor, y sus baterías, de menor autonomía, pesaban 90 kilogramos. Sin embargo, el avance de los coches impulsados por gasolina, fabricados en serie, prácticamente eliminó el desarrollo de los coches eléctricos durante los 70 u 80 años siguientes. Hoy estamos nuevamente “descubriendo” las bondades de la electricidad como combustible, y posiblemente los tataranietos del Electrobat conquistarán el mundo.