Desde hace algún tiempo se está experimentando con una forma de adherencia llamada “electroadhesión”. A diferencia de todos los pegamentos conocidos, esta forma de adhesión se basa en el uso de las fuerzas electrostáticas, puede ser aplicado sobre cualquier tipo de superficie y -lo mejor de todo- puede ser activada y desactivada mediante un interruptor. ¿Que aplicaciones puede tener esta tecnología?
Electroadhesión es el término utilizado por los científicos para explicar el efecto electrostático de adhesión que tiene lugar cuando se enfrentan dos superficies que se encuentran sujetas a un campo eléctrico. Cuando esto ocurre, las cargas eléctricas acumuladas en ambas superficies se atraen entre si, originando una fuerza cuya intensidad depende de la distancia entre las superficies en cuestión y la cantidad de carga disponible. La humanidad conoce este efecto desde hace siglos -fue la rama del electromagnetismo que primero se desarrolló- y sus versiones más rudimentarias pueden remontarse unos 600 años antes de nuestra era, cuando el filósofo griego Tales de Mileto pasaba sus tardes frotando un trozo de la resina vegetal fósil llamada ámbar para ver como adquiría la propiedad de atraer pequeños objetos.
Uno podría creer que una tecnología que posee 2600 años de historia sobre sus espaldas debería utilizarse en muchas aplicaciones cotidianas. Sin embargo, esto no es así. Dejando de lado algunos usos bastante específicos, como mantener en su lugar el papel sobre las superficies de impresión de un plotter, prácticamente no puede encontrarse en el mercado un producto que “se pegue” a cualquier superficie mediante la electroadhesión. Buscando un poco por la red es posible encontrar algún pedido de patente sobre este concepto que data al menos de mediados de la última década del siglo pasado. Y en 2008, los sitios de noticias que suelen dar cuenta de los últimos avances relacionas con la robótica o la alta tecnología –Neoteo entre ellos– nos informaron sobre un robot trepador puesto a punto por la empresa SRI International. Esta empresa, a pesar de que no parece haber tenido mucho éxito comercial con sus robots “pegajosos”, ha decidido insistir con el concepto de la electroadhesión aplicado a productos de consumo, y ha puesto a punto una especie de “mano” capaz coger cualquier objeto simplemente haciendo que este se “pegue” a ella.
Dentro de estas garras robóticas se encuentra un sistema que aprovecha las cargas electrostáticas originadas a partir de la corriente eléctrica proporcionada por una batería para crear un gran número de microscópicas abrazaderas capaces de adaptarse a la forma y textura del objeto a sujetar. La fuerza de atracción que se origina mediante este sistema no es nada despreciable. En este momento, los ingenieros de SRI han logrado crear fuerzas de atracción comprendidas entre 0.8 y 2.3 libras por pulgada cuadrada, o lo que es lo mismo, unos 100 gramos por centímetro cuadrado. Puede parece poco, pero con esta intensidad de fuerza, un panel de un metro cuadrado podría sostener fácilmente un peso cercano a los 1000 kilogramos. Y lo mejor de todo es que el consumo eléctrico de este sistema es muy bajo: unos 20 microwatts (millonésimas de Watt) por cada 100 gramos de peso que se “pegan” a la superficie. Volviendo a nuestro metro cuadrado capaz de sostener mil kilogramos, bastaría un quinto de Watt para que el objeto se mantenga en su lugar.
Se trata de una tecnología muy prometedora. No es difícil imaginar cientos de usos para ellas. Desde mesas capaces de impedir que los papeles se vuelen hasta escaparates verticales a los que se puede “pegar” cualquier producto, pasando por escaleras capaces de mantenerse adheridas a la pared, evitando a su usuario el riesgo de acabar con un hueso roto por un deslizamiento accidental. En el fondo, sería como tener un imán mágico capaz de adherirse a cualquier superficie más o menos plana. Su bajo consumo permite alimentar el sistema a partir de pequeñas celdas solares, aumentando así su versatilidad. Y tú ¿para que lo utilizarías?