Musical, la naturaleza a veces se expresa como una sonata decimonónica acariciando nuestros oídos con pianissimos propios del pasear de las libélulas y otras veces como una pieza de electro trash, rompiendo tímpanos con el fulgor propio de las tempestades más eléctricas. En ella, los insectos más silenciosos también colaboran en el concierto, aunque el sonido del mundo exterior y de la actividad humana los solape. Con la sapiencia de que insectos tales como gusanos, caracoles y ciempiés también hacen ruido, hace un tiempo la BBC realizó un experimento utilizando cámaras anecoicas que nos permitió escuchar por primera vez el sonido de un caracol comiendo lechuga.
Micromundos silenciados
Vivimos en un entorno atronador, donde el fragoroso yugo de la población genera niveles de ruido que silencia otros mundos que se ciernen bajo las huellas de nuestros pasos. Les impide existir, musicalmente hablando. Arrastrando nuestras limitantes anatómicas, lo que ya de por sí nos es inaccesible a oído limpio se transforma en un universo silenciado por nuestra actividad; que a todo apisona y silencia con su preponderancia forzada por la tecnología y la cultura con la cual se intentan solapar nuestra animalidad. Estas dos conquistas humanas también tienen un poder reconciliatorio, y con él es que hemos podido darle voz otra vez a los insectos y micro organismos que nos habían parecido silenciosos durante siglos.
Gusanos, caracoles y ciempiés, entre tantos otros de esos pequeños habitantes de la tierra baja han demostrado cierta conducta acústica, mostrándosenos como insectos que sólo hacen un mínimo ruido una vez que (accidentalmente) posicionamos estratégicamente nuestro pie sobre ellos y dejamos que tanto la gravedad como nuestro impulso muscular apaguen sus vidas en un instante. Es por esto que el 99% de los humanos de a pie jamás han podido escuchar el ruido que hace un caracol comiendo lechuga, por ejemplo. Tampoco el de un gusano muy pequeño moviéndose estrafalariamente con sus contorsiones babosas. ¿Y alguna vez soñaste con un ciempiés gigante persiguiéndote? ¿Qué ruido hacía su ejército de patas?
El sonido que no escuchamos
La física indica que debido a la vibración dada por el rozamiento, movimiento u otras formas de emisión de un cuerpo situado en un medio dotado de aire o agua, un sonido debería desprenderse, por más leve y humanamente inaudible que este fuera. Recuerda que los humanos tenemos un espectro audible compuesto por las frecuencias comprendidas entre los 20 Hz y los 20 kHz. Esto siempre y cuando seamos jóvenes y tengamos un oído en perfectas condiciones, pues ya todos saben que a medida que envejecemos hay que empezar a pedir que hablen con mayúsculas.
Como los insectos son tan minúsculos y las ondas de sonido que se propagan de su accionar son imperceptibles por nuestro sistema auditivo, ya sea por nuestra limitación biológica o por el enmascaramiento que produce nuestro habitual mundo ruidoso, para escucharlos necesitamos otro tipo de herramientas. Aquí es donde primero entra en juego la posibilidad de amplificación de la fuente de sonido utilizando micrófonos, pero como en nuestro medio también hay otros sonidos más fuertes sonando al mismo tiempo, estos prevalecerán sobre los de menor magnitud. Lo que hay que hacer entonces es acudir a un medio insonorizado, para filtrar sonidos que no queremos escuchar y para aislar a nuestra fuente de sonido principal. Las cámaras anecoicas son las elegidas para este tipo de experimentaciones.
¿Qué es una cámara anecoica?
Por definición, una cámara anecoica es una sala que está acústicamente preparada para absorber la mayor cantidad de las reflexiones producidas por ondas acústicas o electromagnéticas. El tratamiento se realiza sobre las paredes de techo, laterales y piso, instalando paneles fonoabsorbentes con cuencas que dividen las ondas de sonido que se dispersan en el medio acústico evitando que su reverberación provoque la amplificación de las mismas. Con este primer proceso se anulan ecos y reverberación. Además, se aísla la sala del exterior utilizando otros materiales y con estructuras arquitectónicas específicas (ver Jaula de Faraday), evitando sonidos ajenos al lugar e insonorizando gracias al filtrado del mayor rango de frecuencias posible, construyendo un espacio libre en donde la experimentación acústica puede ser realizada sin interferencias indeseadas, o al menos más controlables (tu corazón latiendo hace ruido, mucho). Su uso está especialmente enfocado en la experimentación de simulaciones acústicas, ideales para la investigación espacial, mediciones de materiales y otros rubros.
Experimentando
Con una de estas salas a disposición, el investigador experto en grabación de sonido en la vida natural, Chris Watson, trabajó junto al conductor Jem Stansfield de la BBC para tratar de escuchar el sonido de diferentes insectos y sus actividades en un medio mucho más silencioso que cualquier medio natural más puro y despojado de sonidos que exista. Dos técnicas se intentaron para escuchar el sonido de estos insectos. La primera es la de tratar de escuchar lo que pasaba en esos micromundos utilizando amplificación por micrófono. Los resultados están a la vista… y al oído. Pero para llevar al máximo la captación de sonido, el técnico amplificó también la superficie en la que se movía el gusano usando un micrófono de contacto, que no capta las ondas (cambios en la presión del aire comprimiéndose a medida que se transmiten por un medio), sino con la vibración misma de los objetos.
Los peligros de las cámaras anecoicas
Como se ve en el vídeo, para hacerlo los dos tuvieron que dejar de respirar unos momentos, pues la insonorización de la cámara anecoica es tan poderosa, que el sonido de la respiración podría solapar todo lo demás. De hecho, además de haber podido escuchar a los gusanos sin necesidad de micrófonos tal y como se ve en el vídeo de la BBC, varios experimentos académicos indican que debido a que el aislamiento acústico de las cámaras anecoicas funciona tan bien, una persona no podría trabajar durante más de 2 horas (hay algunas en las que la gente no podría aguantar más de 45 minutos) en ellas sin empezar a experimentar trastornos psíquicos y motores debido a la tensión cerebral, pues en una cámara anecoica puedes sentir a tu corazón bombeando sangre, así como también a tus arterias transportándola. Ni que hablar de los ruidos estomacales y de otras zonas de tu cuerpo.
Y así, con todo esto trabajando en nuestro favor, hemos podido escuchar, por primera vez en la historia, el sonido de un caracol comiendo una lechuga.