«¡Necesitas caminar!» «¡Debes empezar a correr!» «¡10.000 pasos por día!» ¿Cuántas veces hemos escuchado eso? ¿Cuántas veces nos recomendaron comprar una caminadora o cinta de correr? Es suficiente pasar por la puerta de cualquier gimnasio para comprobar que la caminadora se parece más a un castigo que a una ayuda, y si estudiamos su historia… encontramos exactamente eso: Un dispositivo diseñado para reformar prisioneros.
Sí, la caminadora es una tortura. En lo personal creo que la escaladora es peor, pero independientemente del dispositivo, tenemos la ventaja fundamental de poder detenernos cuando la sesión se vuelve insoportable.
Ahora, imagina una caminadora de la que no te puedes bajar. Alguien probablemente dirá que hay un episodio de Black Mirror que juega con esa idea, sin embargo, encontramos un mejor ejemplo en el pasado. Subamos a la máquina del tiempo para viajar hasta principios del siglo XIX, en el Reino Unido. La Era Victoriana aún no había comenzado, pero si hay algo que podemos decir con seguridad de esa época es que su sistema penal era una catástrofe…
(N. del R.: ¡Hay subs en español!)
Caminadora, máquina de castigo
En el año 1818, el ingeniero británico Sir William Cubitt presentó el concepto de caminadora penal. Hasta ese entonces, las caminadoras disponibles eran «operadas» por uno o dos prisioneros para elevar baldes de agua y moler grano, pero el diseño de Cubitt apuntaba a una escala mucho mayor, en algunos casos con docenas de prisioneros a la vez. Al principio, la idea era «ocupar» a los convictos con un castigo repetitivo y sin sentido, o en las palabras del propio Cubitt, «reformar criminales enseñando «los hábitos de la industria».
Con el paso del tiempo, más de cuarenta prisiones en Inglaterra adoptaron las caminadoras como una forma de obtener energía, procesar granos y «reactivar la industria» después de los efectos de las Guerras Napoleónicas. Las caminadoras, básicamente escaleras infinitas con un rodillo de 1.8 metros de diámetro, contaban con separadores de madera para que los prisioneros no tuvieran contacto entre ellos. Cada uno pasaba entre seis y diez horas diarias en la escaladora, divididas en sesiones de quince minutos, y cinco de pausa.
Finalmente, la Prison’s Act de 1898 terminó por reconocer la excesiva crueldad de las caminadoras, y las abolió para el uso penal. Sin embargo, el dispositivo encontró una segunda vida en el mundo comercial. La primera patente estadounidense de una «máquina de entrenamiento» fue registrada en 1913, el ingeniero William Staub creó la primera versión destinada a uso hogareño a fines de los ‘60… y el resto es historia. Las caminadoras representan la categoría de equipo para ejercicio con más ventas en el mundo entero, con cientos de fabricantes.