La idea de desarrollar robots destinados a aplicaciones militares está siendo discutida hasta el cansancio, pero no es tan nueva que digamos. De hecho, posee un capítulo muy especial dentro de la mitología griega a través de Talos, el indestructible gigante de bronce que patrullaba la isla de Creta tres veces al día, hundiendo, aplastando y/o quemando a cualquier intruso. Existen varias versiones sobre el mito de Talos, sin embargo, una de ellas explora el deseo del robot por vivir eternamente…
Si pensamos en un gigante formado con el objetivo de defender a su maestro y sus intereses, es inevitable llegar al concepto del golem, que se remonta a los inicios del judaísmo, y a la creación del propio Adán (que en una de sus etapas, técnicamente calificaría como golem). Ahora, ¿dónde termina la magia y empieza la robótica? El golem es «animado», con la voluntad de su creador (a través de un símbolo, una letra o una palabra) impuesta sobre un material inerte. Pero si nos trasladamos a la mitología griega, encontramos el fascinante caso de Talos, que definitivamente posee una capa extra de complejidad.
Las versiones más populares son dos: La primera describe a Talos como un obsequio de Zeus (fabricado a pedido por Hefesto, dios del fuego y la forja) para Europa, una de sus tantas… «favorecidas», secuestrada por el Rey de los Dioses en la forma de un toro blanco. La segunda retira a Zeus de la ecuación (parcialmente) y coloca en el centro a Hefesto, quien habría obsequiado al gigante de bronce a Minos, Rey de Creta. De un modo u otro, el rol de Talos es siempre el mismo: Patrullar la isla tres veces al día, y aniquilar de inmediato a cualquier intruso.
Uno de los aspectos más interesantes de Talos es su fuente de energía: Icor, la sangre de los dioses. La historia sugiere que Talos tenía una sola vena, que iba desde su cuello al tobillo (!), y estaba sellada por un simple clavo o tornillo. Durante su existencia, Talos fue implacable: Rocas gigantes eran arrojadas desde la costa, hundiendo a cualquier barco que intentara aproximarse. Si alguien lograba sobrevivir, Talos llevaba su cuerpo al rojo vivo, y los aplastaba contra su pecho al mismo tiempo que ardían.
Pero Talos estaba «más vivo» de lo que muchos pensaban. El destino del coloso de bronce quedó sellado con la llegada de los Argonautas a Creta. El equipo de héroes había obtenido al Vellocino de oro, pero necesitaban detenerse para descansar y recoger agua. Creta era la única opción, y cuando se acercaron a la costa, Talos los estaba esperando. Sin embargo, Medea era parte del grupo. Aquí la trama se divide en cuatro posibilidades: Medea volvió loco a Talos con sus pócimas, lo engañó haciéndole creer que podía convertirlo en inmortal (esto sugiere que Talos ignoraba su esencia de autómata), o lo hipnotizó desde el Argo, siempre con el plan de retirar el clavo y dejar que el icor escape del cuerpo de Talos. La cuarta ruta sugiere que Peante arrancó el clavo de un flechazo.
El icor «fluyó como plomo fundido», y el imbatible defensor de Creta dejó de existir. Una de las representaciones más famosas de la muerte de Talos, colocada sobre una crátera del siglo V antes de Cristo, enseña a Talos llorando antes de morir. Por supuesto, nada de esto puede ser confirmado debido a su naturaleza mitológica, pero la idea de un Talos más humano que robot, con nuestras mismas dudas y ansiedades (la mortalidad siendo la más importante), resuena con profundidad.