Islas, selvas, montañas, los polos. El ser humano ha explorado casi todo lo que había por conocer en la superficie, pero aún queda un gran desafío: El fondo del mar. Con 10.900 metros, el Abismo Challenger es el punto más profundo de la Tierra, y los viajes tripulados a ese lugar se cuentan con los dedos de ambas manos. ¿Qué es lo que pueden llegar a encontrar esos aventureros a medida que descienden? Este nuevo vídeo de Kurzgesagt te ayudará a averiguarlo.
En 2012 hablamos del descenso de James Cameron al Abismo Challenger. No son pocos los que creen que el director y productor fue a buscar inspiración para el desarrollo de Avatar 2, pero no debemos olvidar que Cameron ya hizo una película de ciencia ficción sobre las profundidades, llamada apropiadamente «El Abismo». Alcanzar el Abismo Challenger es un desafío titánico. Con 110 megapascales de presión, no quedan dudas de que nos quiere bien muertos. Entonces… ¡genial! ¿Por qué no viajamos allí de todos modos?
Un dato particularmente sorprendente del océano en su totalidad es que alberga menos del 2 por ciento de la biomasa de la Tierra, y dentro de ese pequeño porcentaje, el 90 por ciento vive en los primeros 200 metros de profundidad. A pesar de esas limitaciones por así llamarlas, aún podemos conocer y aprender muchas cosas del océano. En los primeros metros de profundidad aún tenemos fotosíntesis: El fitoplancton obtiene su energía del Sol, el plancton se come al fitoplancton, y otras especies más grandes se comen al plancton.
La luz del Sol disminuye con cada metro ganado de profundidad, y la presión aumenta a niveles letales. La sesión de buceo más profunda hecha por un ser humano alcanzó los 332 metros, lo cual equivale a tener 200 coches encima (y todavía falta cubrir el 97 por ciento del viaje para llegar al abismo). Esta región es utilizada por muchas formas de vida como zona de descanso, escapando de sus depredadores para acercarse más a la superficie durante la noche, en busca de alimento.
A los 600 metros de profundidad, el 90 por ciento de las especies que viven allí poseen alguna forma de bioluminiscencia. Esto sirve como camuflaje, para buscar pareja, confundir a los depredadores, o cazar. También encontramos trabajo en equipo, con colonias enteras de sifonóforos que crean luz para atraer y capturar alimento. Sin embargo, la mayoría de las especies depende de la nieve marina, partículas de materia orgánica que caen desde la superficie.
A los 1.000 metros de profundidad, la escasez de comida demanda un ahorro avanzado de energía. Los depredadores desarrollaron grandes bocas y dientes largos o en la forma de ganchos, para impedir el escape de su presa. Más abajo, las pocas criaturas que viven allí priorizan la flotación (o una natación muy lenta) y el consumo pasivo de alimento, acelerando sólo cuando se encuentran en peligro. Las llanuras abisales están cubiertas de nieve marina, aprovechada por holoturias (pepinos de mar), camarones, erizos, y gusanos de mar.
Corales y esponjas usan pequeños depósitos de manganeso como anclas. La separación de placas tectónicas expone al magma, que calienta el agua a más de 400 grados Celsius, creando chimeneas rodeadas por ecosistemas especiales. Más allá de los 6.000 metros de profundidad, entramos al dominio de los extremófilos. El llamado pez caracol de la Marianas o Pseudoliparis swirei es uno de ellos, viviendo a 8.000 metros de profundidad.
Finalmente, llegamos al Abismo Challenger. Casi 11 mil metros de profundidad, y unos 1.800 elefantes haciendo equilibrio a nuestras espaldas. Las condiciones son adversas por donde se las mire, pero la vida se las arregló para encontrar un lugar allí, basada en holoturias y anfípodos que pueden medir hasta 30 centímetros. El problema es… que hay algo más allí: Nuestra basura. En mayo pasado, Victor Vescovo a bordo del DSV Limiting Factor encontró bolsas de plástico y envoltorios de dulces.