Algunas substancias aparentemente sólidas, como el vidrio o la brea, son en realidad fluidos superviscosos. Una demostración empírica de este fenómeno puede encontrarse en el experimento que puso en marcha el profesor Thomas Parnell en 1927. Con tan solo un embudo, una cubeta y un trozo de brea, Parnell ha mantenido ocupados a generaciones de alumnos esperando a que se forme y caigan las gotas.
Hay muchos experimentos que, a primera vista, pueden resultar inútiles o hasta una completa perdida de tiempo. Afortunadamente, Thomas Parnell, profesor de la Universidad de Queensland (Australia), no pensó en ello cuando decidió demostrar a sus alumnos que la brea, un derivado del petróleo que a temperatura ambiente parece sólido, es en realidad un líquido con una viscosidad extremadamente elevada.
La brea, al igual que el cristal y muchos otros elementos aparentemente sólidos es, desde el punto de vista físico, un líquido. Lo que diferencia a estos materiales de los líquidos “comunes”, como el agua o el aceite, es su absurdamente alta viscosidad. Los cristales de tus ventanas, por ejemplo, están fluyendo lenta pero sostenidamente desde la parte superior hacia la inferior, debido a la fuerza de la gravedad. En los cristales muy antiguos, como los que forman parte de las ventanas de las catedrales góticas, se puede comprobar que la parte inferior de la vidriera es ligeramente más gruesa que la superior. Como el cristal era demasiado viscoso como para utilizarlo en sus clases y poder apreciar algún cambio en un lapso de tiempo razonable, Parnell decidió utilizar brea.
En 1927 tomó un embudo, lo fijó a un soporte y puso debajo un recipiente de vidrio en el que, en algún momento, debían caer las gotas de brea. Puso un sello en la parte inferior del embudo y lo llenó con brea fundida. Espero tres años hasta que estuvo seguro que la brea se había asentado y recuperado su aparente estado cristalino, y rompió el sello del embudo. En ese momento, la brea comenzó a fluir. Obviamente, lo hizo con una velocidad tan baja que nadie podía notarlo a simple vista.
Pasaron 8 años hasta que, por fin, la primera gota cayó en 1938. Los estudiantes que cursaban en Queensland podrían haber sido afortunados testigos de la caída de las siete gotas siguientes, en los años 1947, 1954, 1962, 1970, 1979, 1988 y 2000. Pero, por increíble que parezca, nunca hubo nadie presente en el momento exacto en que cada gota se desprendía de la masa principal que se encuentra en el embudo. Han transcurrido 82 años desde que comenzó el experimento, y los datos recogidos han servido para demostrar que, tal como lo planteó Parnell, la brea es un líquido cien mil millones de veces más viscoso que el agua.
La velocidad del “goteo” depende, en gran medida, de la temperatura ambiente, ya que el grado de fluidez de la brea varía con la temperatura. De hecho, la última gota demoró bastante más de lo esperado en caer porque en el edificio donde se encuentra el experimento se instaló un equipo de aire acondicionado. Seguramente te gustaría ver cómo cae la siguiente gota, o al menos darle un vistazo al dispositivo creado por Parnell.
Thomas Parnell fue condecorado póstumamente, en 1990, con el Premio Ig-Nobel, que un grupo de entusiastas otorga cada año a los proyectos más absurdos e imaginativos. Sin embargo, y a pesar de su extraordinaria duración, no deja de ser un experimento válido e interesante.