El 30 de junio de 1908 una explosión aérea de una potencia similar a la de un arma termonuclear derribó árboles en un área de 2.150 kilómetros cuadrados. El suceso tuvo lugar en las proximidades del río Podkamennaya, en Tunguska (Rusia), y se han elaborado unas treinta hipótesis para explicarlo. Pero, ¿qué fue lo que realmente ocurrió en Tunguska?
La humanidad, o al menos el hombre moderno, había tenido pocas oportunidades de asistir a eventos de este tipo. De hecho, faltaban aún varias décadas para que las bombas nucleares produjesen efectos tan devastadores como los que tuvieron lugar en junio de 1908. Salvo algunas erupciones volcánicas o terremotos importantes, ningún fenómeno había sido capaz de derribar personas que estuviesen de pie a más de 400 kilómetros del lugar del hecho. Esto explica la fascinación que tiene el denominado “Evento Tunguska” para la mayoría de las personas, y por que existen tantas hipótesis para intentar explicar lo que ocurrió ese verano.
Los hechos
El 30 de junio de 1908 se produjo una explosión que fue detectada por numerosas estaciones sismo gráficas alrededor del mundo. Su magnitud fue tal que incluso pudo ser registrada por un barómetro de una oficina meteorológica del Reino Unido, ubicada a miles de kilómetros de distancia, gracias a fluctuaciones que causó en la presión atmosférica. Mucho menos sutiles, los efectos en las inmediaciones del “punto cero” incluyeron el derribo de todos los árboles situados en un área más de 2000 kilómetros cuadrados.
En poblados situados a 400 kilómetros del epicentro de la explosión, la onda expansiva tuvo la potencia suficiente para romper ventanas y derribar a personas adultas. A 600 kilómetros del impacto, en el distrito de Kansk, los pobladores cuentan que algunos marineros y caballos fueron derribados por la onda de choque, mientras las casas temblaban y la vajilla se rompía. Incluso el conductor del famoso tren Transiberiano tuvo que detener la marcha por que temía que las vibraciones hiciesen descarrilar el convoy.
Algunos testigos reportaron que durante las semanas siguientes al evento, las noches fueron tan brillantes que en varios lugares de Rusia y Europa se podía leer luego de la puesta del sol sin necesidad de lámparas o velas. Ya te puedes imaginar lo que habrá significado eso en una época en que casi nadie había visto un automóvil o un aeroplano, donde la vida era sencilla y predecible, en un mundo que no conocía la televisión y la radio apenas estaba naciendo.
Los registros muestran que incluso en los Estados Unidos varios observatorios astronómicos, inclusos los del Monte Wilson y el Smithsonian, encontraron una significativa disminución de la transparencia atmosférica que se prolongó durante varios meses. Ese efecto, fruto de la cantidad de polvo que se lanzó a la atmósfera, se asociaría años más tardes a las bombas nucleares, y se lo denominaría “invierno nuclear”, dada la potencial capacidad que tiene una explosión de este tipo de sumir al planeta en un largo y oscuro “invierno” fruto del oscurecimiento de la atmósfera.
De hecho, los expertos calculan que el Evento Tunguska liberó la energía equivalente a una bomba atómica de 10 a 15 megatones, donde un megatón equivale a la explosión de un millón de toneladas de TNT. Para que te des una idea de lo que esto significa, recordemos que la arrojada sobre Hiroshima tenía “solo” 0.015 megatones, y arrasó una ciudad entera.
Afortunadamente, Siberia era una zona muy poco poblada. En muchas regiones aun hoy se pueden recorrer cientos de kilómetros sin encontrar ni rastros de la humanidad. Si el Evento Tunguska hubiese tenido lugar sobre una zona densamente habitada, como Europa o América, los muertos se hubiesen contado por millones. La mayoría de los testigos de la explosión de 1908 pertenecían a la población Tungus, una tribu nómada de origen mongol que sobrevivía en las frías estepas gracias al pastoreo de renos. Estas personas contaron que vieron caer un objeto que “brillaba como el Sol”. ¡No les debe haber resultado fácil dormirse esa noche!
La investigación
Tan asombroso evento intrigó profundamente a los científicos. Pero a pesar de ello no se enviaron geólogos u otra clase de expertos al punto del impacto hasta 1921. Hay que recordar que, en términos de distancias, el mundo era mucho más grande en 1908 que en al siglo XXI. Solo cruzar el Atlántico era todo un acontecimiento para la mayoría de las personas, y una expedición de ese tipo tomaba años de planificación. Y el gobierno zarista de Rusia parecía tener más interés en hacerlo pasar por una “advertencia divina” contra las agitaciones revolucionarias en curso que averiguar la verdad detrás del evento.
Sin embargo, 13 años más tarde, en 1921, la Academia Soviética de las Ciencias envió al científico Leonild Kulik a Tunguska para que estudiase el hecho. Kulik tomó una gran cantidad de fotografías pero fue incapaz de descubrir cráter alguno. Describió una región de más de 50 kilómetros de diámetros en la que no había quedado un árbol de pie, y realizó varios dibujos de la forma que tenía esa zona. Intrigado justamente por el aspecto de está, que se parecía mucho a una mariposa, dedujo que posiblemente hubiesen tenido lugar dos explosiones simultáneas, ligeramente separadas entre si. Volvió a la zona 17 años más tarde, pero no pudo descubrir nada más.
En las décadas de 1950 y 1960 se enviaron expediciones mejor equipadas, y los científicos pudieron recoger muestras que luego resultaron ser identificadas como microlitos cristalinos y otros objetos de naturaleza extraterrestre. Recientemente, en 1999, científicos italianos que viajaron a Tunguska demostraron que el lago Cheko, de 50 metros de profundidad y 450 kilómetros de diámetro, no existía antes de 1908. En los sedimentos del fondo Cheko se encontraron también materiales de posible naturaleza extraterrestre.
Las hipótesis
Como resulta obvio, semejante acontecimiento ha generado hipótesis de todo tipo. En primer lugar, si utilizas Google para encontrar información verás cómo miles de sitios dedicados a los ovnis, las teorías conspirativas o lo sobrenatural especulan con el posible accidente de una nave nodriza extraterrestre, la detonación de un artefacto nuclear secreto (décadas antes de que se inventaran “oficialmente”), máquinas del tiempo que explotan al viajar al pasado, antimateria, bombas atómicas naturales o prácticamente cualquier disparate que se te pueda ocurrir.
Sin embargo, la comunidad científica, basándose en las pruebas recogidas, los testimonios de testigos y modelos computarizados, coincide en que fue un pequeño cometa lo que ocasionó el Evento Tunguska. Compuesto básicamente por hielo y polvo, un cometa (o quizás, un “trozo de cometa”) estalló sin llegar tocar el piso, quedando completamente vaporizado por el calor generado por el roce con la atmósfera terrestre. Los modelos muestran que todo el hielo contenido en el cometa se puede sublimar, convirtiéndose directamente en gas, que al dispersase en la atmósfera eliminaría todo rastro de la explosión.
Los árboles habrían sido derribados fundamentalmente por la onda de choque atmosférica y, en menor medida, por la onda térmica. Algunos piensan que es muy improbable que un cometa haya pasado inadvertido en los días (y noches) previos al evento, pero la trayectoria de caída sugiere que el responsable de la explosión procedería de una dirección casi coincidente con el Sol, lo que habría hecho muy difícil para los astrónomos su detección. Sobre todo si era pequeño o hubiese agotado las sustancias volátiles responsables de generar las vistosas colas características de estos cuerpos.
Independientemente del tipo de cuerpo celeste implicado, o incluso aunque el origen de la explosión hubiese sido otro, el Evento Tunguska debería ser un recordatorio de lo importante que es para la humanidad el disponer de un sistema de alerta temprana que nos avise ante la posibilidad de impacto de un meteorito o asteroide contra el planeta. Una explosión 10 veces menor que esta, pero que tuviese lugar sobre cualquier ciudad importante del mundo, no dejaría un edificio en pie.