El mundo de la medicina estudió durante años la efectividad del alcohol en el rol de analgésico, pero las opiniones siempre permanecieron divididas. Si tenemos en cuenta a los efectos secundarios de los analgésicos tradicionales, existe cierto interés en ver al alcohol como alternativa, y a eso apunta un estudio publicado por el doctor Trevor Thompson de la Universidad de Greenwich. Un consumo moderado optimiza el umbral de tolerancia y reduce la intensidad del dolor, sin embargo, el texto no ignora los riesgos asociados a la dependencia.
Lo ideal es que una persona logre identificar (con ayuda profesional) la causa de un dolor para eliminarlo por completo, pero ese es un camino que no todos podemos tomar. Lamentablemente, hay ciertas condiciones que convierten al dolor en un indeseado compañero constante, y lo mejor que podemos hacer es paliar, administrar. Eso nos deja atrapados en un festival de analgésicos y antiinflamatorios que pueden causar tanto daño como alivio.
A modo de ejemplo, la aspirina y el ibuprofeno son caballos de batalla en mi hogar, pero el estómago tiene una opinión muy particular sobre su rendimiento. Los expertos saben esto, y siempre buscan alternativas, aunque todavía tienen dudas sobre una de las más antiguas: El alcohol.
El alcohol como analgésico
Las anécdotas sobre pacientes completamente ebrios y sometidos a cirugía sin anestesia local se han multiplicado con el paso de los años, pero hoy nos cruzamos con un estudio a cargo del doctor Trevor Thompson de la Universidad de Greenwich, publicado en diciembre de 2016.
Tras un meta-análisis de 18 experimentos controlados y en línea con el uso de alcohol como analgésico, se descubrió que un contenido promedio en sangre de .08% (límite legal en los Estados Unidos e Inglaterra) produce una mínima elevación en el umbral de dolor, y una reducción de 1.25 puntos en la intensidad del dolor, sobre una escala de 0 a 10 (la condición de control era 5/10, y luego del consumo bajó a 3.75/10).
Ese .08% equivale a unas tres o cuatro cervezas (dependiendo del tipo y tamaño, claro está), sin embargo, lo notable es que semejante reducción en la intensidad del dolor hace al alcohol más efectivo que el popular paracetamol. De más está decirlo, el alcohol como analgésico es una espada de doble filo, y bajo situaciones críticas puede transformarse rápidamente en una adicción. Imagino que algunos de nuestros lectores buscarán poner esto a prueba, y la obvia recomendación es «siempre con moderación».