Un emprendimiento conjunto entre el MIT y el Instituto Politécnico Rensselaer dio como resultado la fabricación de baterías delgadas, livianas y flexibles
En tiempos en los que todo apunta a la mayor miniaturización posible, la batería sigue siendo tal vez el factor que mayor incidencia sigue teniendo en el peso de un gadget.
Y aunque muchas veces los científicos han prometido que la energía solar podría ser la solución soñada, parece que esta llegará por otro lado. En los laboratorios del MIT, científicos de ese instituto y del Rensselaer han desarrollado una batería que se ve como un papel, y tiene tubos nanométricos de carbón.
Es que a pesar de los grandes avances logrados en minaturización, parte del problema para lograr baterías flexibles es que los circuitos están constituídos por capas. Pero con el logro de los científicos, los nanotubos de carbón son aislados de un compuesto de silicona mediante el uso de la celulosa.
Esta celulosa cubre también los extremos de los nanotubos pero cuando se seca es removida y entre los carbones y la silicona queda formado un electrodo.
Y al poner dos hojas de papel junto con la celulosa y agregando una gota de algún material transmisor de la electricidad se ha logrado crear un super capacitor. Decimos super porque con apenas 100 gramos de peso estos capacitores pueden almacenar hasta 1300 miliamperes.
¿No es suficiente? Eso mismo pensaron los científicos, por ello tomaron una hoja de celulosa, le agregaron una gota de material conductor y la envolvieron entre dos placas, una de aluminio y la otra de litio. Ahora el capacitor formado tiene la increible tasa de 110 miliamperes por cada gramo de peso.
Y no solo eso, sino que al estar aislado entre las dos capas puede operar en un rango de temperaturas que oscila entre los 78 grados bajo cero y los 150 grados.