Mientras algunas palabras dejan de usarse, otras surgen y pasan a formar parte del vocabulario rutinario de millones de personas. Los diccionarios, en sus revisiones, son los que al final determinan si las palabras se agregan o no al encuadernado glosario del mundo, y analizando algunas de las palabras que se agregan a los de hoy y aquellas que se agregaron en los ’90, surge la pregunta por la funcionalidad y vigencia de las mismas en un mundo que produce y deshecha en serie sus costumbres.
Las palabras describen hechos, productos, personas y todo lo que pensamos y hacemos. Incluso describen, y con ello dan existencia, aquello que sólo imaginamos o que no podemos demostrar. Es entonces que el poder de la palabra como unidad ontológica es de una relevancia fundamental para entender nuestra actualidad como humanos, y ante esto es bueno preguntarnos qué es lo que hace surgir a las palabras. Una respuesta podrían ser las acciones humanas, los fenómenos de la naturaleza y todo aquello que no haya sido todavía catalogado, ordenado y provisto de un sentido.
En el uso común, las palabras son cajas de herramientas (ver Wittgenstein) con las cuales se puede armar y desarmar el mundo que tenemos alrededor, y su poder está basado en el uso práctico de las mismas. Entendiendo esto y contextualizándonos en un mundo lleno de diferentes industrias, culturas, productos y actividades, es que el lenguaje se ha flexibilizado tanto y de la sensación de que hay un surgimiento masivo de nuevas palabras. En tanto este presente y analizando lo que ha pasado hasta ahora, nos preguntamos si las palabras prevalecerán, o si por ser nuevas son circunstanciales o a lo sumo epocales y por lo tanto tienen la posibilidad de desaparecer con el tiempo. Aquellas palabras que aparecen con las nuevas tecnologías nos pueden servir como guía en una cuestión que probablemente no tenga una respuesta concreta.
Volviendo a la década del 90, la tecnología móvil e internet pusieron en aprietos a muchos diccionarios, que en un intento por volverse flexibles ante el lenguaje moderno, comenzaron a listar muchas de las palabras que nacían junto a start ups y sitios web, así como también a acciones propias de la navegación en internet y la llegada al público de la informática moderna. En pleno auge de lo “cibernético” y teniendo en cuenta que el inglés es el idioma internacional para casi todo tipo de actividad y producto, los diccionarios de esa lengua comenzaron a agregar palabras como Applet (abreviatura de aplicación), Boot up (iniciar un ordenador), Browser (navegador), Cowabung (grito de batalla de las Tortugas Ninja), CypherPunk (todo lo relacionado a la criptografía), Dot-com (acerca de la era de las .com), Emoticon, E-Tailing (venta de un producto por correo), Flying Mouse (ratón volador de 3 dimensiones que falló como producto), Geek, Icon (ícono), LOL, Nerkish (Nerd + Jerkish [pelmazo]), Palmtop, Pharm (plantas y animales genéticamente modificados en su siembra o crianza), Phone Sex (Sexo telefónico), Phreaking (hackear el sistema de telefonía), Netizen (ciudadano de la red) y otras como Karaoke, Glocal (Global + Local, en los negocios), Spam, Y2K, Zettabye y Voice Mail (Correo de voz.) Algunas de estas, la mayoría, todavía se siguen usando frecuentemente aunque no se realice la actividad que estas mismas describen.
Por otro lado están las palabras que hoy describen actividades en pleno uso masivo, como ser las que agregó el Diccionario Oxford en su versión en línea. Recordemos -y dejemos en el portapapeles o en el Think Later de nuestro cerebro- que las versiones en línea de los diccionarios suelen ser más flexibles que las versiones físicas a la hora de agregar palabras nuevas. Las palabras nuevas, con su definición original por el Diccionario de Oxford Online son: Twerk (bailar al ritmo de la música popular de una manera sexualmente provocativa utilizando movimientos de cadera y una postura en cuclillas), Street Food (comida callejera), Phablet (mezcla de teléfono con Tablet en base al gran tamaño de su pantalla), Flatforms (un zapato plano con un nivel elevado de suela gruesa), pixie cut (corte de pelo de mujer, bien corto y en capas), Selfie (fotografía de uno mismo que es tomada con el móvil apuntando hacia la persona y que tiene como fin las redes sociales), omnishambles (una situación que ha sido mal administrada integralmente y que se caracteriza por una serie de equivocaciones y errores de cálculo), unlike (antónimo de Like y deviene del “arcaico” no gustar), Bitcoin y otras tantas, como siglas al estilo TL;DR (Too Long, Didnt’ Reed [Muy Largo, No Lo Leí] o lo que van a hacer muchos con este artículo).
Mientras se discute si la incorporación o expulsión de palabras nuevas y viejas de los diccionarios está bien o no, si es conveniente, si no es meramente una forma de publicidad o de infundir discursos conservadores acerca del lenguaje, nosotros creemos que la importancia de las palabras no está en su potencial como parte del glosario ideológica y dogmáticamente selectivo de quienes confeccionan algunos diccionarios, sino en su carácter de medio, de nexo, de conexión entre la idea o acción que describen y el deseo o necesidad de expresarla.
Recogiendo lo anterior, si nuestro lenguaje está siendo parcialmente obligado a encontrar nuevas maneras de decir las cosas porque podemos hacer cosas nuevas con la tecnología, y sabiendo que la tecnología es obsolescente, ¿al final no estaremos nombrando acciones e ideas que sólo existirán hasta la próxima actualización? Tal vez sí, y eso no tiene nada de malo según mi opinión, ya que el lenguaje debería servir como una herramienta flexible para la humanidad ante las necesidades modernas de la comunicación y no a una especie de celo conservador por un pasado que ya no nos identifica ni nos sirve, como el que quieren mantener algunos diccionarios vetustos para reglar a qué se le da entidad y a qué no.