Las grandes potencias nucleares arrojaron, durante décadas, miles de toneladas de desechos radioactivos al mar. Desde el comienzo del uso de esta fuente de energía y hasta no hace mucho tiempo atrás, la forma mas sencilla de deshacerse de los incómodos restos producidos por las centrales nucleares (o las fábricas de armas atómicas) era simplemente arrojarlos al océano. Los vertidos han tenido lugar prácticamente en todos los mares del mundo, embutidos en contenedores de muy baja calidad. Se trata de un problema cuya magnitud es difícil de determinar.
“Para hacer una tortilla hay que romper huevos”, decían las abuelas. Trasladado a la era atómica, esta frase de la sabiduría popular podría traducirse mas o menos de la siguiente forma: “para obtener energía barata y suficiente, hay que utilizar materiales peligrosos”. Y exactamente eso es lo que ocurre con las plantas nucleares. Hoy por hoy, casi toda la energía que consumimos proviene o bien de la quema de combustibles fósiles (carbón, gas o petroleo), o bien de la fisión nuclear. En este último proceso, se aprovecha el calor generado por materiales radioactivos para calentar agua, y con el vapor producido se mueven los generadores eléctricos. La sociedad actual requiere de energía para funcionar, y algunos países son particularmente voraces en este sentido. En las últimas décadas, y a pesar de los problemas originados en las plantas de Three Miles Island (EE.UU) o Chernóbil en la ex URSS, la energía nuclear ha sido uno de los pilares en los que se ha apoyado la producción de energía eléctrica. Sin embargo, y aun funcionando normalmente, estas plantas generan residuos. Residuos muy contaminantes de los que hay que deshacerse.
Una vez que el material radioactivo ha cumplido su ciclo de vida útil, debe ser desechado. A pesar de que ya no es viable para producir energía, conserva aun la suficiente cantidad de radiación como para resultar peligroso. Esta radiactividad suele tener una vida media muy larga, por lo que se hace indispensable almacenarlos en algún sitio alejado, geológicamente estable, y lo suficientemente protegido como para que sus emisiones no resulten perjudiciales para el medio ambiente. Sin embargo, durante décadas, varios países se han desprendido de sus desechos nucleares mediante el simple (y económico) trámite de arrojarlos al mar. Y no sólo se ha aplicado este demencial proceso a los restos de combustible utilizados en los reactores sino también a reactores nucleares completos y -seguramente en mayor cantidad- a armas atómicas retiradas de servicio.
Algunas estimaciones efectuadas por la Oficina Internacional de Energía Atómica (IAEA), se han arrojado al mar residuos nucleares por un total de unos 85 billones de becquerels. Esto cifra es equivalente -miles de millones más, miles de millones menos- al total de radiación producida a raíz de la catástrofe Chernóbil. Solamente en el lecho del Océano Atlántico se han “depositado” (arrojado sin más, en realidad) unos 250.000 barriles llenos de material radioactivo. A eso hay que sumarle varios submarinos nucleares que -muchas veces sin que se haya reconocido el hecho- se han ido a pique, y reactores completos que se desecharon al finalizar su vida útil. Parte de los restos arrojados al mar, según el experto nuclear ruso Andréi Zolotkov, provienen de su pais. “Miles de toneladas de residuos nucleares, procedentes en su mayor parte de reactores utilizados para impulsar submarinos y barcos rompehielos, fueron vertidos por la Unión Soviética en el océano Ártico entre 1964 y 1986.“, ha dicho Zolotkov. El sistema utilizado para “depositarlos” no puedo haber sido mas burdo: “Como los barriles, preparados para resultar estancos, no se hundían, los soldados tenían órdenes de agujerearlos con disparos“. Ni falta hace aclarar que esos agujeros que le permitian hundirse han servido para que los desechos se filtren al agua de mar.
Como los barriles, preparados para resultar estancos, no se hundían, los soldados tenían órdenes de agujerearlos con disparos. (Andréi Zolotkov)
Pero no solo los rusos son responsables de semejante bestialidad ecológica. Medio siglo construyendo armas atómicas ha proporcionado a Estados Unidos miles de toneladas de materiales que, una vez “vencidos”, deben ser desechados de alguna forma. Entre 1946 y 1958, EE.UU. arrojó más de 60 armas nucleares sobre Islas Marshall. Los habitantes de Guam, que se encuentra cerca y a favor de la dirección de los vientos predominantes, todavía experimentan tasas de cáncer más altas que el resto del mundo. Inglaterra también forma parte de este club. Entre 1949 y 1966, realizó vertidos por un total de 5.500 toneladas de residuos radiactivos en la bahía de Vizcaya y Hurt Deep, a veinte millas al norte de Guersney, en las islas Channel. En realidad, pocos países que dispongan de tecnología nuclear pueden considerase ajenos a este problema. Se estima que la fosa atlántica situada a unos 700 kilómetros de las costas de Galicia, a unos 4.000 metros de profundidad, contiene unas 140.000 toneladas de residuos radiactivos vertidos entre 1967 y 1983, provenientes de países europeos.
Los accidentes protagonizados por vehículos militares, como los ocurridos en mayo de 1968 y en 1982 en los golfos de Stiepóvov y Abrosimov, del archipiélago de Nueva Zembla, cuando se hundieron submarinos enteros, con combustible nuclear a bordo, también han aportado su granito de arena. Estos dos accidentes, que ni de cerca constituyen la totalidad de los ocurridos, son particularmente interesantes por que ocurrieron en una zona que posee aguas poco profundas, lo que en su momento generó una fuerte protesta por parte del IAEA, que recomienda -como si eso hiciese alguna diferencia para la flora y fauna marina- una mayor profundidad para depositar residuos en el mar.
En 1972 el Convenio de Londres sobre Vertidos prohibió el vertido al mar de residuos radiactivos de alta actividad. Este tratado nada decía sobre los de baja y media actividad, que se siguieron arrojando alegremente hasta 1983. El trabajo de diferentes organizaciones ecologistas, Greenpeace entre ellas, logró que el 12 de noviembre de 1993 se prohibiese definitivamente el vertido al mar de todo tipo de residuos radiactivos. Algunos expertos calculan que si no se hubiese firmado ese tratado, más de 2-5 millones de toneladas adicionales hubiesen ido a parar al mar. En la actualidad se suele enterrar este tipo de material, en zonas poco pobladas y de baja actividad tectónica. Pero no se descarta que algunas naciones, a pesar de todos los tratados firmados, sigan arrojando materiales radioactivos al mar. El problema podría ser cortado de raíz desarrollando fuentes de energías limpias, pero salvo algunos proyectos aislados, parece que aun falta mucho para que esto ocurra.