La vacuna es uno de los recursos más extraordinarios y contundentes en materia de salud pública. Su desarrollo ha salvado millones de vidas, y esperamos que las siga salvando en el futuro, pero lo cierto es que esta historia comenzó en alguna parte. Si quieres saber cuál fue la primera vacuna, necesitarás hacer tres cosas: Viajar más de 200 años al pasado, enfrentar las consecuencias de la viruela en aquella época… y obtener un par de vacas.
Cualquier intento por analizar el origen de la primera vacuna requiere un conocimiento más profundo de su oponente natural, lo que nos traslada directamente a la historia de la viruela. Si eres más joven que yo, entonces debes saber que has nacido en un mundo sin viruela. Una potente combinación de vacunación y educación nos permitió erradicar a esa enfermedad en 1980, pero nadie niega que el precio fue demasiado alto. La viruela tenía (y aún tiene) el potencial de acabar con poblaciones enteras, y si nos guiamos por los textos de los historiadores, lo hizo en más de una oportunidad. Antes de la creación de su vacuna, la única forma efectiva de combatir a la viruela era con variolización (inoculación del virus de la viruela), proceso en el que una persona sana recibía una pequeña herida, y se colocaba sobre ella material infectado (costras en polvo, fluidos). Con esto se creaba un cuadro infeccioso de menor intensidad, y en cuestión de semanas el cuerpo desarrollaba inmunidad, pero no estaba libre de riesgos.
La primera vacuna
Fue a fines de la década de 1760 que un joven inglés y futuro médico llamado Edward Jenner, escuchó una historia muy particular. Al parecer, las recolectoras de leche que habían sufrido de viruela bovina (una variante mucho menos agresiva) estaban a salvo de la letal viruela humana. Varios médicos e investigadores estudiaron la aparente inmunidad generada por la viruela bovina, pero nunca llegaron al por qué de su efectividad. Jenner concluyó que el fluido en las ampollas provocadas por la viruela bovina era el responsable de la protección recibida, y fue así que el 14 de mayo de 1796, Jenner tomó una muestra de las manos de una lechera llamada Sarah Nelmes (quien lo había consultado por su infección de viruela bovina), y la utilizó en James Phipps, el hijo de su jardinero.
En el plazo de nueve días, el niño tuvo una fiebre ligera, pérdida del apetito, dolor de cabeza y malestar general, pero a partir del décimo día su condición mejoró notablemente. Seis semanas más tarde, Jenner usó una muestra de viruela humana en Phipps, y no se enfermó. Como si eso fuera poco, Jenner repitió el proceso más de veinte veces, pero Phipps jamás dio señales de viruela. Era inmune a la enfermedad.
La comunidad científica analizó de forma exhaustiva al trabajo de Jenner, pero su efectividad y seguridad hicieron que el proceso fuera aceptado, y en 1840, el gobierno británico decidió prohibir la variolización. Ahora, ¿por qué tiene ese nombre? Los términos «vacuna» y «vacunación» usados por Jenner provienen de Variolae vaccinae, «viruela de la vaca», y en 1881, el reconocido y controvertido Louis Pasteur propuso que ambas palabras se extiendan a nuevas protecciones.
Es imposible calcular con precisión el número de vidas que salvó la primera vacuna, y todas las que llegaron después. Hoy, sus beneficios son rechazados por movimientos antivacunas que además de vivir ahogados en miedo e ignorancia, esparcen datos falsos y teorías absurdas. Pero la comunidad científica y un sector mucho mejor informado del público sale sin dudarlo al cruce de cada conspiración ridícula.
Interesante que hoy hacer eso que hizo Edward Jenner estaria superprohibido, no tener una investigacion solo suponer, no tener pruebas, experimentar directa y repetidamente en un humano, si la vacuna se tratara de descubrir hoy en dia todos estariamos muertos
¿Y el padre del chaval no probó a ver si su pala le abría la cabeza al señor Jenner?
Demasiado arriesgado, pero qué bueno que lo hizo.
Esto me recuerda al programa de Discovery: “El lado oscuro de la ciencia”.