Si existe algo que puede superar el hecho de presenciar la espectacular belleza natural del Gran Cañón, eso sería sobrevolarlo a más de trescientos kilómetros por hora, utilizando un ala especial propulsada a chorro. Y si hay un sujeto en el mundo capaz de hacer eso, es Yves Rossy, un famoso piloto suizo correctamente apodado “Jetman”. Después de una aparente cancelación y un poco de burocracia, Rossy realizó su vuelo para asombro de muchos, y terror de otros tantos. Después de todo, no son muchos los que se atreverían a saltar de un helicóptero con un ala gigante en la espalda…
Lo primero que viene a la mente en estos casos, o al menos en la mayoría de ellos, es Rocketeer. No sólo el cómic por supuesto, sino su adaptación al cine en el año ‘91, decente en la crítica pero catastrófica en lo comercial. Volar sin la intervención de un aparato mayor ha sido el sueño de muchos, y el logro de unos pocos privilegiados. Yves Rossy es uno de ellos. Piloto militar y comercial, ha volado desde cazas de combate al estilo del reconocido Mirage III hasta el Airbus A320, pero evidentemente no es suficiente para él. A Rossy se lo conoce como “Jetman”, y en 2006 se convirtió en el primer hombre en volar con un ala propulsada a chorro. Sin instrumentos, ni controles complejos, ni navegación electrónica. Él, su ala especial, y el cielo.
A mediados de abril se había confirmado que Rossy realizaría su primer vuelo en los Estados Unidos, y para la ocasión se escogió a nada menos que el famoso Gran Cañón. Hubo razones para creer que el vuelo sería cancelado. En primer lugar, el vuelo se vio retrasado por razones burocráticas. La Adminsitración de Aviación Federal estadounidense tardó un poco más de lo normal a la hora de clasificar a su dispositivo de vuelo, y la certificación llegó apenas treinta minutos antes de la hora pactada para el vuelo. Esto dejó a Rossy sin tiempo para realizar prácticas en tierra o estudios adicionales del terreno. En consecuencia, Rossy debió retrasar su vuelo un día, llevándolo a cabo sin incidentes el pasado sábado.
Saltando desde un helicóptero a casi 2.500 metros de altura, Rossy comenzó su descenso hasta que activó los propulsores a chorro de su ala, pasando a sesenta metros por encima del borde del cañón, a una velocidad que superó los trescientos kilómetros por hora. Para aquellos que esperaban verlo aterrizar, no deberían entusiasmarse tanto, ya que el ala de 54 kilogramos en su espalda definitivamente requiere de la asistencia de un paracaídas. Un excelente trabajo de ingeniería, un entrenamiento físico privilegiado, y por supuesto, una cierta dosis de locura, hacen que este hombre regrese a las nubes una y otra vez con solamente un ala en su espalda. La idea de un sistema de vuelo personal ya no resulta tan descabellada en estos días, pero hasta que no se resuelva el factor de la energía, la audacia seguirá siendo el elemento principal.