«El peligro esperando en un callejón». Todo un clásico, ¿verdad? ¿Qué es lo que imaginas? ¿Un sujeto con un cuchillo que demanda tu billetera? ¿Un drogadicto desesperado por la siguiente dosis? Muchos miembros de la Fundación se despiertan todos los días pidiendo esa clase de «peligros». Lamentablemente no tienen ese privilegio, y jamás lo tendrán. Es el precio de la verdad, amigo. Los horrores que nos acechan son muy diferentes, ya sabes bien eso. Su odio y su hambre son bastante comunes, pero después están los que juegan con su comida y disfrutan de la cacería…
Uno de ellos está suelto. No porque a la Fundación le agrade la idea o la encuentre conveniente, sino porque no han descubierto la forma de contenerlo apropiadamente. Es astuto, inteligente. Tiene mucha paciencia, y siempre encuentra a un distraído, sin excepción. Tal vez alguien trata de cortar camino regresando a casa por una zona en construcción… o un callejón. Y ese alguien se esfuma en el aire, sin dejar rastro.
La peor parte es que a simple vista parece inofensivo, apenas un grafiti más en una pared como tantos otros. El cuerpo de un hombre con plumas, garras, y la cabeza de un búho. Aquellos que lo vieron (y sobrevivieron) han descrito diferentes poses, pero con la misma esencia: La sensación de que quiere atacar, cazar. También actúa sobre la mente de quienes lo ven. De alguna forma imprime en ellos el deseo de acercarse… y estudiarlo mejor. Igual que el diablo negro y su señuelo…
Ahora, lo cierto es que no le gusta tener una audiencia. Si hay más de una persona observándolo, SCP-1155 (esa es su designación) se quedará completamente quieto. En cambio, si el pobre diablo de turno se acerca a menos de dos metros y no hay nadie en la zona, la escena se vuelve una carnicería.
SCP-1155 ataca a su víctima arrancando la lengua, los ojos, las manos y los pies. Luego lo corta y extrae sus órganos internos, con cierta preferencia por los intestinos y el estómago. Finalmente perfora su cabeza… como si la herramienta utilizada fuera un pico gigante. Después de eso… ambos desaparecen.
Obviamente, la Fundación trató de rastrearlos. Entregó un par de Clase D equipados con GPS, pero nunca logró determinar su posición. SCP-1155 tarda menos de siete días en reaparecer, y siempre escoge una zona urbana, aunque no demasiado expuesta. También cambia de posición cuando no tiene demasiada suerte, pero se lo ha visto esperar hasta cuatro meses antes de moverse.
La Fundación descubrió que puede forzar los desplazamientos de SCP-1155, ya sea dañando la superficie en la que se encuentra, o tratar de encerrarlo. Otra opción es la de interrumpir sus ataques. Todo lo que hay que hacer es mirar a la víctima mientras es… destripada.
El problema con estas reubicaciones es que la Fundación no puede controlarlas. Su distancia mínima registrada es de unos quince metros, pero SCP-1155 ha llegado a trasladarse 800 kilómetros en un solo evento. Varios agentes del grupo de tareas Pi-1 lo encontraron en una estación de metro abandonada, y pensaron que era una buena idea cubrirlo con una vieja máquina expendedora hasta obtener refuerzos de contención.
SCP-1155 respondió saltando a un parque para niños… Varios padres perdieron a sus pequeños ese día. Hoy, SCP-1155 se encuentra en un centro comercial que la Fundación debió comprar y cerrar. Por ahora parece sentirse cómodo allí, pero no sabemos cuánto más durará. ¿Quién sabe? Tal vez nos haga una visita…