La fabricación de un procesador comienza a partir de un simple puñado de arena que es llevado a través de múltiples procesos con una complejidad y precisión en verdad impresionantes. Así es como el silicio se ha convertido en la esencia de los procesadores modernos, pero lo cierto es que no representa la única forma en la que un procesador puede ser hecho. Un grupo de investigadores del Centro de Nanotecnología IMEC en Bélgica así lo ha demostrado, al crear un procesador con una base de plástico. Las limitaciones actuales son muchas, pero sus posibles aplicaciones a futuro también.
El silicio nos ha servido muy bien a la hora de fabricar procesadores de todo tipo, pero a pesar de todas sus ventajas, siempre existen limitaciones específicas como su falta de flexibilidad. Imagina por un momento instalar un procesador sobre la pared interior de un cilindro. Tal y como los conocemos hoy, ninguno de los ejemplos de procesador moderno podría adaptarse a la forma del cilindro, cortesía del silicio. Pero el silicio, o mejor dicho, la arena procesada que le dio lugar, apenas es un medio, una base sobre la cual se colocan transistores a escala nanométrica. Si los transistores fueran hechos de un material orgánico, las restricciones del silicio no se aplicarían en absoluto, abriendo la posibilidad a un procesador flexible… ¿y que hay mejor que el plástico para hacerlo?
Al menos, eso es lo que cree un grupo de investigadores del Centro de Nanotecnología IMEC en Bélgica, al crear el primer procesador basado en plástico. Aunque los transistores orgánicos no son ninguna novedad, es la primera vez que se une a un total de cuatro mil de ellos para darle forma a un procesador. La base del diseño recurre a electrodos de oro y un proceso para convertir fluido orgánico en pentaceno, un conocido semiconductor. El procesador apenas puede correr un programa con un total de dieciséis instrucciones, y posee una velocidad que promedia los seis hertz. A modo de comparación, el procesador en el cual se han escrito estas líneas es seiscientas mil veces más rápido.
El desarrollo de esta clase de procesadores augura un enorme potencial en materia de costos, ya que con el suficiente desarrollo se podrían “imprimir” los componentes orgánicos. Aún así, quedan muchas limitaciones por superar. En primer lugar, los transistores orgánicos carecen de la precisión que ofrecen sus hermanos de silicio, alterando su comportamiento aún dentro de un mismo procesador. Y en segundo lugar, la naturaleza del material orgánico hace que los procesadores plásticos no sean extremadamente rápidos. Sin embargo, los principios de un procesador plástico también se están trasladando hacia una futura “memoria DRAM orgánica”. Si tanto procesador como memoria lograran tener un origen orgánico, entonces su costo de fabricación podría volverse hasta diez veces más barato… aunque falta mucho para que lleguemos a eso.