Una explicación para aquellos que siguieron mi estado de salud: Esa bola que descansa en la palma de mi mano, y que hasta hace poco estuvo alojada en mi vesícula biliar, es de lo que me estuve quejando durante las últimas semanas. Una perfecta esfera de bilirrubinato cálcico amorfo, sales cálcicas de ácidos grasos y puro colesterol. ¡Y de tamaño gigante! Pues resulta ser que uno no puede adelgazar 34 kilos en nueve meses sin control médico sin sufrir las consecuencias.
Me explico: No adelgacé por tener problemas en la vesícula, sino más bien todo lo contrario. Por adelgazar como lo hice tuve problemas en la vesícula. Los largos ayunos, el desmedido ejercicio físico y las magras colaciones que ingería hicieron estragos en mi metabolismo. Ante la falta de nutrientes y calorías y ante la exigencia a la que sometía a mi ser, mi cuerpo -literalmente- se empezó a alimentar de mi mismo. De mi grasa, para ser exacto.
¿Y qué pasa cuando uno come mucha grasa, incluso si fuera la suya propia? ¡Le sube el colesterol! Eso más el hecho de que al comer tan espaciadamente mi vesícula no descargaba su contenido tanto como debería, formaron esa asquerosa bola alienígena que ven ahí.
En resumen: me di colesterol a mi mismo al consumir casi en exclusiva mi propia grasa y mi vesícula casi revienta, literalmente. Estuvo a nada de rasgarse en más de una ocasión. ¡Plop y chau Maxi!
Tres meses de agonía y ahora apenas un souvenir.