Una pregunta para ti, amigo lector. ¿Eres más feliz por haber comprado ese nuevo gadget del que tanto se hablaba? ¿O ya lo has olvidado, pensando tu próxima adquisición? ¿Ha podido ese conjunto de transistores brindarte algo más que una felicidad efímera?
Hace un tiempo, no demasiado, no hacía falta mucha cosa para ser feliz. Bastaba con tener la barriga llena, un techo sobre la cabeza y un poco de calor para pasar el invierno. Eso era todo lo que el humano necesitaba, y todo lo que el humano necesitaba para ser feliz (que no es lo mismo). Pero las cosas cambiaron. Y cambiaron mucho. Ya no basta con cubrir nuestras necesidades básicas para estar bien con uno mismo. Siempre hay que tener más, consumir lo último, lo mejor, lo que está de moda.
¿Cambiamos tanto como sociedad para que una cosa así pudiese ocurrir? Pues sí, como sociedad cambiamos un montón. Los avances tecnológicos lograron que el precio de las necesidades básicas bajara. Las naciones ricas se enriquecieron aún más. Y nació una nueva necesidad de los mercados. Cuando tú tienes la panza llena, difícilmente te intereses en comprar más alimentos. Una vez que tienes un techo, ¿para que molestarse en conseguir otro? Con un pedazo de madera o una poca de energía eléctrica puedes tener suficiente calor para soportar el frío. Y ningún mercado que quiera enriquecerse puede sobrevivir con esas limitantes. Se necesitó, entonces, encarar el comercio desde otro lugar: si hay un límite de bienes imprescindibles, entonces había que crear la necesidad de bienes prescindibles. Ergo, el incremento de la oferta generó una transformación de nuestros hábitos de consumo. Y así nació el consumismo. Mala cosa.
De Consumo, Consumismo y Materialismo
Consumir está bien. Pero, consumir desmedidamente, no tanto. Según Wikipedia, “el consumismo es un término que se utiliza para describir los efectos de igualar la felicidad personal a la compra de bienes y servicios o al consumo en general.” El Compro, luego existo, en reemplazo del Pienso, luego existo. Es esa necesidad que tienen algunos de cambiar constantemente sus teléfonos móviles, por miedo a perder status social, a ser menos que sus pares. Es lo que obliga a miles de personas a hacer filas frente a las tiendas para comprar, por ejemplo, un iPhone. Es ese enceguecimiento, esa compulsión, que nos obliga a comprar algo antes de preguntarnos si realmente lo necesitamos.
Muchos atribuyen esa necesidad de consumir a la falta de identidad, de propósito, de realización personal, de la humanidad actual. Al tener la vida más fácil que nuestros antepasados, las sociedades ricas pierden su propósito. Y aquellos individuos que no encuentran “su misión en la vida”, tratan de comprarla.
El consumismo, comprar por comprar, también es un mandato social, agudizado por lo que las corporaciones nos han hecho creer. Porque, en definitiva, ¿no son las personas con el último teléfono móvil, que siguen ciegamente las modas, que tienen el mejor coche del mercado, las que gozan de mejor status social? Consumir, tener tal o cual cosa, no solo habla de nuestros gustos, sino deja en claro que tenemos el dinero suficiente como para dárnoslos. Y el dinero, es poder, es status. Pero el dinero sin bienes que lo acrediten es algo intangible. La demostración de status pasa entonces por tener cosas que hablen de cuanto dinero tenemos.
Lo peor del caso es que ha quedado demostrado que la felicidad no se puede comprar. Las sociedades ricas, presas del consumismo, son las que, estadísticamente, registran mayores casos de depresión, alcoholismo, crimen, ansiedad, obesidad y suicidios. Ya lo dicen en la película El Club de la Pelea: “La publicidad nos tiene persiguiendo autos y ropas, trabajando en trabajos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos”. Y eso las empresas lo saben, razón por la cual la obsolescencia planeada es regla.
Pero, entonces, ¿cómo es posible que esto suceda? ¿No somos seres pensantes, acaso? Y hay que decirlo, aunque a muchos les pueda resultar ofensivo, está comprobado que una de las causas primarias del consumismo es la baja autoestima. Según un estudio de la Universidad de Chicago, hay evidencia que señala una relación entre la baja autoestima y el materialismo. Pero, lo que es más importante e interesante, también hay evidencia que el consumismo y el materialismo son causantes de baja autoestima. Una paradoja perfecta.
Veámoslo así: Tú tienes baja autoestima. Te compras el último y más caro gadget del mercado, y te sientes bien contigo mismo. Pero, pronto descubres (al menos inconcientemente), que mides tu valor en relación a las cosas que tienes, y no por lo que eres. Eso te genera más baja autoestima y compras otra cosa. Y así, en un círculo vicioso. El mismo estudio, asegura que a medida que la autoestima se incrementa (por la realización personal, y no por consumir), el materialismo (y, por lo tanto, el consumismo) decrece. Y no es ilógico si lo piensas. ¿O acaso no es el que tiene el coche más grande el que, se supone, tiene el pene más pequeño?
Seres primitivos
Otra causa primaria del consumismo está totalmente relacionada con nuestros cerebros primitivos. Y eso es ineludible para cualquier individuo, tenga o no baja autoestima. El mismo mecanismo que logró nuestra supervivencia a través de las eras más despiadadas, que logró que sobreviviéramos a periodos glaciares, a pestes y hambrunas, a desastres y guerras, es el que nos obliga a consumir para sobrevivir. Es que, en nuestros cerebros, tenemos la noción de que más, es mejor. Para nuestros antepasados esto era una realidad, una verdad absoluta. Mientras más comida, por ejemplo, mayores oportunidades de supervivencia tenían. El problema ahora es, como ya dijimos, que estamos más allá de nuestras necesidades básicas, las tenemos saciadas. No tenemos depredadores que amenacen nuestra existencia. Las hambrunas son cosas de países menos desarrollados. La sociedad nos brinda todo lo que necesitamos. Aún así, el mecanismo primitivo sigue activo. La sociedad, nuestra sociedad, evolucionó más que nuestro instinto y no tenemos la capacidad de decir: “es suficiente”. Siempre queremos más, porque estamos programados para que así sea. Pero, y hete aquí el problema, aunque estamos programados para querer más, no estamos programados para disfrutar más de lo que tenemos.
Estudios de la Universidad de Emory descubrieron que, ante la anticipación y el deseo de comprar un producto, somos recompensados por nuestro cerebro con un estallido de dopamina. Solo la anticipación lanza esta recompensa, no la compra. Pero, al sentirnos bien ante esta sensación, la mayoría de los individuos (y más los que tienen baja autoestima) compran el producto en cuestión. El resultante es que la sensación de satisfacción se esfuma en cuestión de minutos luego de la compra.
Por esto, y así como hay algunos adictos al peligro (por la adrenalina resultante), hay otros que son adictos a las compras (por los escasos minutos de satisfacción que les brinda la anticipación). Siguiendo con nuestros cerebros primitivos, investigadores de la Universidad de Bonn, descubrieron que los humanos no es que desean tener más, realmente, sino que desean tener más que los demás. La competencia, totalmente necesaria para la evolución de la especie, hoy nos está jugando una mala pasada.
¿Y por qué la recompensa ante del deseo y insatisfacción ante las compras? Eso es un estado paradójico de nuestros cerebros. Por un lado, deseamos más, porque así estamos programados. Pero, por el otro, nuestro cerebro está acostumbrado que a los humanos nos falten cosas. Requiere, pide, ante la escasez de nuestros antepasados. Pero se confunde ante la sobreabundancia que nos rodea.
¿El consumismo es malo?
Sí, lo es. Consumir está bien. Así sostenemos la economía del mundo globalizado y nos damos algún que otro lujo necesario. Pero el consumismo, ese que te obliga a cambiar de móvil cada vez que sale un nuevo modelo, es depredador para el ambiente y va en detrimento de tu individuo.
¿Y cómo combatimos esas ansías de consumir, las insistentes publicidades con las que nos bombardean, a aquellos que se jactan de ser mejores personas por tener un mejor coche que el tuyo? Simple, racionaliza el consumo y recuerda este artículo. Seguir como una oveja las modas no te hace mejor individuo. Y, aquellos que se crean ser mejor que ti por tener lo último en tecnología, no son más que seres primitivos que no han podido reponerse al instinto de nuestros antepasados. Eso, o tienen la autoestima baja y un pene pequeño.
Como dice este excelente artículo del diario La Nación, siempre ten en cuenta que “el consumo es la vida en su adecuada y saludable conexión con lo que somos o con lo que necesitamos ser en cada coyuntura o en cada momento. O, en todo caso, con lo que aspiramos a ser en un futuro razonablemente cercano. El consumismo, en cambio, es el hijo dilecto de una fantasía que altera o distorsiona nuestra propia realidad o nuestra propia imagen, convirtiéndonos en esclavos, en un remedo de lo que somos o en la imagen de lo que nunca seremos.“