Con los últimos anuncios del amigo Vladimir en relación a armas nucleares y el reciente envenenamiento de un ex espía ruso, la tensión entre Moscú y los gobiernos de occidente ha aumentado de manera considerable. Cada vez que eso pasa, es inevitable pensar en la posibilidad de un conflicto bélico acompañado por un intercambio nuclear, algo que en esencia podría condenar a la especie humana, pero que no la haría desaparecer de inmediato. Dicho eso, ¿cuál es la mejor estrategia para sobrevivir a una explosión nuclear? El primer paso, es entender qué sucede tras la detonación…
El 6 de agosto de 1945, Little Boy cayó sobre la ciudad de Hiroshima. Tres días más tarde, Fat Man hizo lo mismo en Nagasaki. Ambas bombas han sido las únicas utilizadas en tiempos de guerra, y si queda algo de inteligencia entre la especie humana, eso no debería cambiar jamás. Little Boy y Fat Man tomaron la vida de más de 200 mil personas (civiles y personal militar), pero lo cierto es que hubo más de 650 mil sobrevivientes (número anunciado por las autoridades). De hecho, en el documental «Twice Survived» se indica que 165 personas lograron sobrevivir a ambas bombas, aunque el gobierno japonés sólo reconoció a Tsutomu Yamaguchi en 2009. Escapar a una explosión nuclear no es imposible, pero ahora que sabemos mucho más al respecto, de vez en cuando nos preguntamos: ¿Cuál es la mejor estrategia para optimizar nuestras posibilidades?
Lo primero que debemos asimilar es que una bomba nuclear libera mucha energía. La cantidad exacta depende de varios factores (configuración, altitud), pero se calcula que el 85 por ciento de esa energía llega a nosotros en los segundos iniciales de la explosión como luz, calor, y la onda de choque. La radiación térmica de una bomba de 10 kilotones (la mitad de Fat Man) puede causar quemaduras a una distancia de tres kilómetros, y provocar incendios en las cercanías. Evitar el daño asociado a la radiación térmica es la prioridad de cualquier potencial sobreviviente, y de allí surge el famoso «Duck and Cover»: Arrojarse al suelo cubriendo toda la piel expuesta, al mismo tiempo que nos protegemos de la onda de choque. Volviendo al ejemplo de los 10 kilotones, una detonación con esa fuerza destruirá ventanas y convertirá a cada trozo de vidrio en un proyectil a 5 kilómetros de distancia.
Si la suerte nos acompaña y logramos evitar lo peor del calor y el impacto, el siguiente desafío es la radiación ionizante. El daño a nivel genético nos puede matar en mediano y largo plazo, pero la amenaza inmediata es la radiotoxemia o síndrome de irradiación aguda, por lo tanto, debemos reducir nuestra exposición y encontrar refugio lo más rápido posible (no olvidemos que el material radiactivo puede viajar cientos de kilómetros en la forma de «fallout»). Si no hay un sótano o una línea de metro disponible, lo mejor para evitar las deposiciones radiactivas es ubicarse de modo tal que coloquemos la mayor cantidad de material entre nosotros y el exterior. Toda ropa contaminada debe ser sellada en una bolsa, y si existe la posibilidad, tomar una ducha con jabón, teniendo cuidado de no lastimar la piel, sin olvidar el cabello, y evitando el acondicionador. Finalmente, lo más difícil: Esperar. Los niveles de radiación son más altos tras la detonación, y la mitad de la radiación vinculada al fallout golpea en la primera hora. En un plazo de 24-48 horas, ese riesgo disminuye un 80 por ciento. Ahí es cuando comienzan los planes para abandonar la zona, salvo que el refugio esté muy bien equipado…