El nombre de Sergio Canavero lleva algunos años circulando en el mundo de la neurocirugía, principalmente por su intención de trasplantar la cabeza de un ser humano a otro cuerpo. Los detalles técnicos sobre el proceso fueron publicados en NeoTeo a mediados de 2013, pero ahora, el mismo cirujano ha reportado éxitos en experimentos con ratones, ratas, y un perro, utilizando el químico PEG para reparar sus médulas espinales. Como era de esperarse, otros expertos rechazaron los resultados presentados, reclaman más evidencias, e insisten en que el procedimiento «no está listo» para seres humanos.
Cuando hablamos de reparar la médula espinal y lograr que una persona pueda recuperar capacidad de movimiento (sea parcial o total), el mensaje llega con mucha claridad. Sin embargo, una vez que entra en la ecuación la posibilidad de trasplantar cabezas, la primera idea que se forma es la de un científico un poco loco. Aunque parezca mentira, la humanidad comenzó a explorar ese complejo territorio a principios del siglo XX, con un énfasis especial entre los años ‘50 y ‘70. En los últimos tiempos, el trasplante de cabezas ha sido asociado al neurocirujano italiano Sergio Canavero, quien anunció que el procedimiento y la tecnología estarán listas para el año 2017, e incluso ya tiene a un voluntario ruso que sufre atrofia muscular espinal. Recientemente, Canavero publicó una serie de estudios en el Surgical Neurology International, donde describe experimentos con animales utilizando polietilenglicol o PEG, para reconectar médulas espinales dañadas.
La información incluye cortos (Advertencia: Pueden ser sensibles para el lector) en los que observa a un ratón, una rata, y un perro en diferentes fases de recuperación. Canavero dice que la técnica utilizada para restaurar la movilidad en el perro, cuya médula espinal fue cortada en un 90 por ciento, será la misma que hará posible el trasplante de cabeza en 2017. La evaluación del PEG comenzó con C-Yoon Kim de la Universidad Konkuk y su equipo, que trabajando de cerca con Canavero cortó la médula espinal de 16 ratones. Ocho de ellos recibieron PEG (los otros ocho sirvieron como grupo de control), de los cuales sobrevivieron cinco, y recuperaron cierta capacidad de movimiento. En este punto se sumó un equipo de la Universidad Rice que trabaja en un «optimizador» para el PEG, una especie de andamio de grafeno que asiste en el desarrollo neuronal y la transmisión de señales. La combinación de ambas técnicas se aplicó en diez ratas, pero aquí es cuando empiezan las dudas: Cuatro de las cinco ratas que recibieron el PEG optimizado murieron debido a una inundación en el laboratorio, mientras que la quinta logró desplazarse y comer a las dos semanas.
Así es como llegamos al caso del perro, que supuestamente tuvo una interrupción en su médula espinal del 90 por ciento. En tres semanas, el perro ya era capaz de caminar, y el equipo asegura que puede mover su cola y tomar objetos. Aún así, en los estudios publicados no hay evidencia sólida de que dicha interrupción se haya llevado a cabo. Por un lado, se critica la ausencia de datos histológicos sobre la médula espinal del perro y la falta de un control, y por el otro, anunciar que cuatro animales murieron en una inundación no califica como un reporte. El punto de fondo, que es el trasplante de cabeza, parece encontrarse mucho más lejos de lo que Canavero cree. De acuerdo al profesor de bioética Arthur Caplan de la Universidad de New York, esta clase de trabajo coloca a Canavero y su equipo «a tres o cuatro años» de una reparación de médula, y a «siete u ocho años» de un trasplante.