Rusia se propone construir la primera planta nuclear flotante del mundo. Este desarrollo, que podría devolver a la nación su antiguo prestigio y borrar de la imaginación popular desastres como el de Chernobyl, pretende consolidar a la Rusia actual como un “superpoder energético”. Sin embargo, los ambientalistas ya se encuentran movilizados: la planta nuclear flotaría entre los hielos del Ártico y, en caso de producirse alguna fuga de combustible, provocaría daños irreparables.
El mundo demanda cada día mayor cantidad de energía y, mal que nos pese, las alternativas “políticamente correctas” como la energía solar, geotérmica o eólica siguen sin estar lo suficientemente extendidas como para hacerle frente. Es bastante improbable que un gobierno intente por estos días construir una nueva planta –al menos una de gran tamaño- que funcione quemando combustibles fósiles, así que una de las pocas alternativas viables sigue siendo la energía nuclear. Tampoco resulta fácil elegir el emplazamiento para colocar una de estas estaciones generadoras, ya que ninguna ciudad se sentiría demasiado segura cerca de una planta de estas características. Con todos estos datos sobre la mesa, el gobierno ruso se ha propuesto emplazar una central nuclear a bordo de una plataforma flotante y llevarla a los mares del norte.
Rusia es el único país del mundo que puede vanagloriarse de tener en servicio una flota de buques civiles propulsados por energía nuclear. Desde hace más de 40 años, varios de sus rompehielos poseen plantas propulsoras equipadas con reactores nucleares y su tecnología –dicen– es muy segura. En el otro platillo de la balanza se encuentra una “tradición” de desastres que incluyen toda clase de accidentes navales y nucleares, como el del submarino nuclear Kursk, en aguas del Ártico, hace unos pocos años. Si bien conocen –y podríamos decir que mejor que nadie- los intríngulis de este tipo de centrales generadoras de energía, lo cierto es que su emplazamiento en una zona como la propuesta (flotando en las aguas del Ártico) ha provocado gran preocupación entre los ambientalistas. En caso de producirse alguna clase de fallo, el material radioactivo iría a parar directamente al mar. Bellona, una importante organización ambientalista Escandinava, ya condenó la iniciativa.
La idea que tienen los rusos es desarrollar una familia de centrales nucleares de pequeña y mediana potencia que puedan montarse sobre una barcaza y trasladarse incluso a la costa de las ciudades que por algún motivo necesiten energía extra. Serían muy útiles, por ejemplo, en las regiones de Siberia y del Lejano Oriente ruso, porque no están conectadas de la red general del país. En Rusia sueñan con poder algún día exportar energía o poder asistir a otros países durante crisis energéticas. Y, más adelante, incluso producir y vender este tipo de tecnología a clientes de todo el mundo.
La usina flotante se compone de un generador y una turbina de vapor. Se supone que el primer equipo comenzaría a funcionar en 2010 y suministrará electricidad a los astilleros de Severodvinsk, un puerto situado a orillas del mar Blanco. La central flotante proyectada tendrá 144 metros de largo y 30 de ancho, y soportará dos reactores nucleares KLT-40S como los utilizados para propulsar rompehielos, capaces de generar una potencia de 70 megavatios. Esto es suficiente para suministrar energía eléctrica a una ciudad de 250 mil habitantes, descongelar agua o proveer calefacción. Estos reactores necesitan uranio –caro y relativamente complicado de obtener- para funcionar, pero Rusia podría ahorrar 200 mil toneladas de carbón y 100 mil de petróleo cada año.
En cuanto a su operatoria, la planta almacenará los desperdicios generados, que se vaciarán cada 10 o 12 años durante los 40 años que supone será el plazo de vida útil de estas centrales. Transcurrido ese tiempo, será desmantelada y reemplazada por una nueva; el reactor y el combustible confinados en una zona de desechos y la barcaza reciclada. Se trata de una forma original de obtener energía nuclear de una instalación móvil, pero los riesgos son bastante grandes: bastaría una tormenta de proporciones importantes para convertir lo que parece una buena idea en un desastre ecológico que contamine los mares del norte por siempre. ¿Se debe correr ese riesgo?