La historia de los aviones «grandes» es complicada. Conflictos en su desarrollo, críticas constantes, inversiones que jamás se recuperan. A pesar de las dificultades, el interés por los diseños gigantes se disparó en plena posguerra. Con el objetivo de volar rutas transatlánticas entre el Reino Unido y los Estados Unidos, la Bristol Aeroplane Company creó al Bristol Brabazon, un monstruo con 70 metros de envergadura, ocho motores Centaurus y una velocidad máxima de 480 kilómetros por hora. En esencia, era un palacio con alas… y no viajó a ninguna parte.
En 1942, los gobiernos del Reino Unido y los Estados Unidos decidieron repartir responsabilidades en la producción de aviones para las fuerzas aliadas. Los británicos concentraron sus esfuerzos en la construcción de aviones de combate, mientras que al otro lado del charco priorizaron a los transportes aéreos.
Esto dejó al Reino Unido en desventaja tecnológica, porque una vez finalizada la guerra, el valor de los transportes (vía infraestructura y know-how) sería mucho mayor.
Así fue que el Comité Brabazon, liderado por John Moore-Brabazon (primer barón Brabazon de Tara), estableció las especificaciones para una serie de transportes civiles, divididos en cuatro categorías: Un transatlántico de gran tamaño, un avión para vuelos de corta distancia, otro de tamaño medio destinado a rutas europeas, y un jetliner con 800 kilómetros por hora de velocidad máxima.
La Bristol Aircraft Company se enfocó en el transatlántico, recicló el diseño de un bombardero pesado, y 12 millones de libras esterlinas después, nació el Bristol Brabazon.
Bristol Brabazon: El «hotel volador»
54 metros de largo, 70 metros de envergadura, 15 metros de alto, 65.8 toneladas de peso «vacío», ocho motores Centaurus de 18 cilindros… el Bristol Brabazon era una bestia.
Los desafíos técnicos asociados a su construcción fueron considerables, y los ingenieros se vieron obligados a reducir todo el exceso de metal sin comprometer la integridad estructural de la aeronave.
Presurización de la cabina, sistemas hidráulicos de alta presión para las superficies de mando, y control eléctrico de los motores eran parte de la ecuación.
Pero más allá del tamaño y los avances tecnológicos, el Bristol Brabazon impresionaba con su lujo. Algunas fuentes hablan de 80 pasajeros con cabinas para dormir, o 150 pasajeros en vuelos diurnos, mientras que otras dan números aún más bajos: Apenas 96 pasajeros diurnos, y 52 pasajeros con cama, acceso a bares, pasarelas, e incluso un cine.
El Bristol Brabazon tenía la capacidad de cruzar el Atlántico en 12 horas, brindando una experiencia única.
Su vuelo inaugural se llevó a cabo el 4 de septiembre de 1949. Después pasó por el evento aéreo de Farnborough, el famoso aeropuerto de Heathrow, y el Paris Air Show de 1951.
El avión volaba muy bien, y tanto pilotos como pasajeros estaban encantados, pero nada de eso impidió que el Bristol Brabazon se transformara en un elefante blanco.
Las órdenes militares no llegaron, las civiles tampoco, el segundo prototipo jamás salió de la línea de producción, y con un rojo acumulando millones de libras, las autoridades le bajaron el pulgar en 1953.
El Bristol Brabazon era un avión de la posguerra pensado para los acaudalados de los años ’30, un «Concorde de los ’40», si se quiere. Si hubiera sido lanzado 15 años más tarde, tal vez su historia sería diferente.
Fuente: Damn Interesting
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