“¡YO TENGO RAZÓN!”, le gritas (porque si escribes con mayúsculas en un chat estás gritando). Mientras chequeas sus fotos en Facebook. “¿Es linda? Sí, es linda”, te convences olvidándote que probablemente tú no seas el lindo. Despliegas las tácticas napoleónicas que planeaste con tus amigos geeks. Calculas el tiempo exacto para lanzarle una catarata de emoticones que expresen tus más profundos sentimientos. Todo debe mantener un ritmo arrollador (así funciona la seducción). De pronto, crees haber fallado: no eras tan erudito como pensabas. Es que ella te hace una pregunta insidiosa, de esas que podrían dejarte al borde del abismo de la soledad. Es ahí cuando escribes el nombre del que todo lo sabe (le dicen Google), le expresas tu duda y le das al botón titulado con tu más preciado deseo: “Voy a tener suerte”.
No puedes quedar vulnerable, no debes. “Nadie se enamoraría de un ignorante”, dices en voz alta mirando de reojo la cámara web, sospechando que quizás ella leyó tus labios. Tener suerte es alcanzar un objetivo sin tener que sufrir todo el camino. Tener suerte es un atajo. El mecanismo es simple y filosóficamente acertado: apretando ese botón accedes directamente al primer resultado de tu búsqueda sin tener que pasar por la lista de resultados de aquello que andabas buscando. El botón “Voy a tener suerte” le representa a Google una pérdida de $110 millones de dólares anuales, puesto que el usuario es enviado directamente al primer enlace de la lista evitándose así toda la publicidad dispuesta en la página que contiene los resultados de nuestras búsquedas.
Si bien durante el año 2009 el botón fue eliminado de la página principal del buscador, ya es casi imposible que el sitio se deshaga de aquel destino azaroso utilizado tan solo por el 1% de sus usuarios. Hace rato que la suerte está del lado del gigante de Mountain View. Para entender este fenómeno, lo verdaderamente interesante será entender la mecánica de las búsquedas: la tecnología PageRank, un algoritmo desarrollado y patentado por Google, establece la relevancia de una página de acuerdo a la cantidad de vínculos que desde otras páginas nos dirigen hacia ella. La página recibe “votos” de las páginas que la citan, las cuales poseen diferentes valores de acuerdo a su propia relevancia (o sea de cuán citadas son por otras páginas relevantes).
“Pero Google no es simplemente un buscador que nos permite encontrar respuestas”, dices para tus adentros mientras tus ojos recorren cientos de párrafos rebosantes de palabras. ¿Dónde está lo que buscas? En Google también es posible enterarse del clima venidero, convertir monedas, resolver complejos cálculos matemáticos, traducir textos a idiomas que no puedes pronunciar, observar mapas, encontrar sinónimos, patentes de automóviles, códigos de área, horarios de vuelos, datos públicos y secretos… Sí, la suerte también tiene sus secretos. Es cuestión de escribir “make google logo black and white“ y apretar en “Voy a tener suerte” para ver el logo de la compañía en blanco y negro, “xx-klingon” para que todo sea traducido a la lengua más conocida del universo Star Trek, o “google Linux” si quieres encontrarte con un viejo conocido. Quizás desees trasladarte a la Luna escribiendo “google cheese”, ver todos sus extraños logos con “google holiday” o buscar las decenas de chistes que otros desarrollaron para ese botón tan particular.
Piensas que ha llegado el momento de dar tu respuesta. Pero para eso, nada mejor que leer el abordaje que hace el periodista, novelista y dramaturgo italiano Alessandro Baricco en su libro “Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación” (Ediciones Anagrama – 2008). Allí expone que “lo que nos enseña Google es que en la actualidad existe una parte inmensa de seres humanos para la que, cada día, el saber que importa es el que es capaz de entrar en consecuencia con todos los demás saberes”. Por lo tanto, como el primer resultado que nos muestra Google no pertenece a la página más visitada, sino a aquella a la que se dirige el mayor número de links, es posible pensar que son las trayectorias sugeridas del saber las que determinan la jerarquía de la información que contiene un sitio web. ¿Acaso la verdad del universo no será el destino de infinitas trayectorias del saber? En ese momento haces sonar tus falanges y copias la frase de Baricco que has estado buscando todo este tiempo:
“La esencia de las cosas no es un punto, sino una trayectoria”.
Ella lee la última línea, no entiende nada y decide desconectarse para siempre de tu vida.
No has tenido suerte esta vez. Será la próxima. Maldito botón.