Cargo mi copa con abundante vino y me dispongo a recorrer las galerías de los mejores museos de arte. No es que mi presupuesto dé para viajar por el mundo en busca de las más suculentas dosis de placer estético, es que con el lanzamiento de Google Art Project puedo verme virtualmente cara a cara con las obras de los más grandes artistas de la humanidad. Allí observo las técnicas empleadas por verdaderos virtuosos que han entregado su vida entera a descubrir la combinación perfecta de colores y formas, para lograr la placentera armonía sobre el plano infinito de una tela blanca. Pero, de pronto, encuentro un punto perdido. Un punto brillante, de color, sucedido por otro punto. Y junto a ellos, otro más. Atónito doy un paso atrás. Sin entender qué está pasando observo una matriz, un cuadro de 320 x 240, de 640 x 480, de 800 x 600, de muchos pixeles que forman una obra repleta de la misma genialidad que aquellas que sacudieron la historia. Y entonces entiendo que hay otra historia, una nueva historia: la del Pixel art.
Un pixel es el punto más pequeño que conforma una imagen digital. Su disposición lógica crea un mosaico de puntos de colores, una rejilla rectangular de pixeles (raster) que conforma un mapa de bits cuya definición aumenta de manera proporcional de acuerdo a la cantidad de pixeles que en él se emplean. La calidad de la imagen también depende de su profundidad de color, o sea el número de colores (bits) que cada pixel puede representar. Si bien la definición “Pixel art” fue por primera vez utilizada en un estudio del año 1982, perteneciente a Adele Goldberg y Robert Flegal del Xerox Palo Alto Research Center, su aparición se remonta diez años atrás, mientras se conceptualizaba lo que sería SuperPaint, un editor gráfico desarrollado por Richard Shoup, también del mismo centro de investigación de la compañía de fotocopiadoras, que terminó siendo una de las primeras tecnologías empleadas para la edición audiovisual y la animación por ordenador.
“El trabajo artesanal, punto por punto (de ahí su similitud con el “Puntillismo”) es lo más admirable del Pixel art”, le digo a un visitante imaginario mientras muevo mi copa manchando de vino el monitor. Es que pienso en la técnica que emplea este arte digital, partiendo de un line art que dirige la forma básica de la imagen a representar, la cual se completa con pixeles, uno a uno, que singularmente no significa nada, pero que en el colectivo se transforman en lo que sea que una artista imagine. “¿Cómo puede ser que una seguidilla de cuadraditos mentirosos se transformen en una gran obra? Solamente un barroco como Rembrandt podía mentirte de esa manera frente a tus propios ojos”, me quejo en un tono agudo sobreactuado, como si supiera algo de lo que digo, mientras observo “El regreso del hijo pródigo” de 1669 en esta visita virtual por The State Hermitage Museum, como traicionado por esa seguidilla de puntos incandescentes que iluminan la pantalla.
“Los colores, el juego de luces y sombras del Pixel art me hace recordar las pinturas del maestro Van Gogh”, digo ampulosamente mientras su cuadro “Los girasoles”, pintado en 1889 que descansa en el Van Gogh Museum, me hace arder los ojos dentro de ese movimiento tan impactante que fue el Postimpresionismo. Casi tanto me lagrimean como al observar esos tonos puros de imágenes pixeladas que utilizan compresiones GIF o PNG, más livianas y confiables para su almacenamiento que el formato JPEG, puesto que esta extensión fue diseñada para la suavidad de los tonos continuos.
“El claroscuro, el esfumado, las perspectivas, todo se hacer artesanalmente, pixel a pixel”, susurro orgulloso y me emociono hasta las lágrimas (debe ser esta cuarta copa de vino) al ver la mímesis del Pixel art dividida en las categorías isométricas (en donde objetos tridimensionales son representados en dos dimensiones) y no isométricas (aquellos objetos que son representados de frente, de lado, desde encima o en perspectiva.) que deben utilizar algoritmos de interpolación para evitar que a mayores escalas las imágenes se pixelen y pierdan su belleza original. “Yo también veo el trazo de estos maestros si le doy zoom”, me quejo tratando de aclarar la vista después de una botella entera que quedó vacía y un ratón que se escapa de mi adormecida mano.
El Pixel art está entre nosotros. Un entorno visual de un móvil con baja resolución posee pinceladas de Pixel art. Un ícono de un sistema operativo está hecho de retazos de Pixel art. Juegos independientes como Minecraft harán homenajes por siempre al Pixel art. Es que la vida misma es una sucesión de puntos, de detalles que conforman un todo elaborado con pura artesanía.