Lucy, la Australopithecus de 3,2 millones de años, ya no tiene el honor de ser la abuela de la humanidad. Ardi, una mujer de 1,20 metros de altura y 50 kilogramos de peso que vivió hace 4,4 millones de años en la región que actualmente conocemos como Etiopía, acaba de destronarla. Los restos de este ejemplar de Ardipithecus ramidus se han convertido en el antepasado más antiguo del hombre conocido hasta hoy.
A la pequeña hembra de Australopithecus afarensis conocida como Lucy solo le queda el mérito de haber sido la que demostró que los homínidos aprendieron a caminar erguidos bastante antes de que sus cerebros adquiriesen un tamaño relativamente importante. En las últimas horas, un grupo de científicos presentó en sociedad los restos de Ardi, un ejemplar -también hembra- de Ardipithecus ramidus que vivió hace 4,4 millones de años en lo que es actualmente Etiopía. A su lado, Lucy es una jovencita: tiene 1,2 millones de años menos. Esto convierte a Ardi en el antepasado más antiguo del hombre conocido hasta hoy.
Los informes, publicados en la revista Science, describen con detalle la anatomía de Ardi y el ambiente en que vivió. Los científicos también destacaron las implicancias que tiene su descubrimiento en la comprensión de la evolución humana. “Este descubrimiento revela la biología de las primeras etapas de la evolución humana mejor que cualquier otro hasta la fecha,” asegura el geólogo estadounidense Giday WoldeGabriel, que encabezó el equipo encargado de determinar la antigüedad de los restos. A pesar de la antigüedad de Ardi, los científicos saben que no es el más viejo de todos. El más antiguo antepasado común de los seres humanos y los chimpancés vivió hace más de seis millones de años, y aún no se han hallado sus restos.
Los especialistas que realizaron el pormenorizado análisis de los dientes, y los huesos de la pelvis, cráneo, manos y pies de Ardi llegaron a la conclusión de que fue una mujer que pesaba unos 50 kilogramos y tenía una estatura de 1,20 metros. “Con un esqueleto tan completo y con tantos individuos de la misma especie en el mismo horizonte de tiempo, podemos comprender la biología de este homínido”, dice Gen Suwa, un paleoantropólogo de la Universidad de Tokio que firma el informe principal publicado por Science. Desde el punto de vista geográfico, Lucy y Ardi fueron vecinas: los restos óseos de la primera fueron encontrados (en 1974) a unos 60 kilómetros del sitio donde fueron descubiertos los de Ardi.
Hasta ahora los científicos suponían que chimpancés, gorilas y otros monos africanos modernos conservaban muchas de las características del último antepasado que compartían con los seres humanos. Se pensaba que ese último antepasado era más chimpancé que ser humano y que estaba adaptado para vivir en la copa de los árboles y caminaba sobre los nudillos de sus manos cuando estaba en tierra firme. Sin embargo, el análisis de los restos del Ardipithecus ramidus pone esa suposición en tela de juicio. Para WoldeGabriel, el hallazgo de Ardi proporciona nuevas pistas acerca de la evolución de los homínidos -hombres, chimpancés, gorilas y orangutanes- a partir de un ancestro común.
A pesar de ser los antepasados del hombre, sus costumbres no eran precisamente las que podemos observar hoy en nuestros congéneres. Según los científicos, los Ardipithecus ramidus vivían en un ambiente boscoso y trepaban a los árboles utilizando sus cuatro extremidades, tal como lo hacían otros primates del Mioceno hace 24 millones de años, cuando los territorios de África y Eurasia estaban unidos. Sin embargo, para desplazarse por tierra utilizaban solo sus extremidades traseras, caminando erguidos sin apoyarse en los nudillos de sus manos. Además, los científicos están convencidos que Ardi no pasaba mucho tiempo en los árboles. Para Tim White, un científico de la Universidad de California que también participó de la investigación, Ardi le da la razón al creador de la teoría de la evolución. “Hace 150 años, Charles Darwin sostenía que teníamos que ser muy cuidadosos. La única forma de que saber cuál era la apariencia de nuestro último ancestro común era encontrarlo,” dice White. “Con 4,4 millones de años de antigüedad hemos hallado algo que se le acerca bastante. Y, como lo vislumbró Darwin, la evolución de los monos y la evolución de los hombres han seguido líneas independientes desde que se separaron, desde cuando compartimos ese último ancestro común”, finalizó.