Es bastante común descubrir que la invención de un instrumento o aparato está envuelta en conflictos económicos y legales, alimentados por posiciones con cierta esencia nacionalista en algunos casos, pero pocos alcanzaron la magnitud del teléfono. 143 años después, la disputa Bell-Gray está lejos de ser resuelta, sin embargo, debemos recordar que existió un tercero en discordia, al que muchos consideran como «verdadero inventor» del teléfono. Me refiero al italiano Antonio Meucci.
Nacido el 13 de abril de 1808 en Florencia (léase Firenze, técnicamente parte del Gran Ducado de Toscana), Antonio Meucci fue el primero de una familia de nueve hermanos. Con apenas 15 años ingresó a la Academia de Bellas Artes de Florencia, convirtiéndose así en su estudiante más joven, orientado a la química y la ingeniería mecánica. Su desarrollo educativo se vio interrumpido por la falta de fondos, pero pudo continuar con sus estudios al obtener un empleo como oficial de aduana, y más tarde como técnico de escenario en el Teatro della Pergola.
Su relación con los dispositivos acústicos comenzó en 1834, al construir una especie de tubo de comunicaciones que unía al escenario con el cuarto de control en el teatro. Allí conoció a quien sería su esposa, la diseñadora de vestuario Esterre Mochi. Ambos se casaron en agosto, pero poco más de un año después se mudaron a La Habana (aún provincia española), donde aceptó un trabajo en el Teatro Tacón.
Allí avanzó en sus experimentos relacionados con electricidad, creando un sistema primordial de electrochoques para tratar diferentes condiciones, y un «telégrafo parlante» que servía para escuchar voces débiles. Su aventura en La Habana concluyó en 1850 debido a ciertos roces ideológicos con el gobierno español de turno, y otros límites a su avance como inventor. Su destino final sería Staten Island, ciudad a la que llegó apenas hablando inglés, y donde pasó el resto de su vida.
En ese lugar se dedicó a ayudar a otros compatriotas que defendían el movimiento de reunificación en Italia, e invirtió buena parte de sus ahorros en una fábrica de velas de sebo, donde empleó a exiliados italianos. Su esposa enfermó de artritis reumatoide, pero Meucci continuó con sus experimentos, y fabricó un dispositivo en su casa (uniendo la habitación matrimonial del segundo piso con su laboratorio) muy similar a un teléfono que le permitía estar en contacto con Esterre.
Las cosas empeoraron para Meucci a partir de 1861. Las maniobras de algunos estafadores (y pobres decisiones financieras de su parte) lo llevaron a la quiebra, viviendo de la ayuda de sus amigos, y de la asistencia financiera de un tal William E. Ryder, quien tenía mucho interés en sus experimentos. Fue en agosto de 1870 que supuestamente Meucci logró capturar una transmisión de voz humana a una milla de distancia, usando como medio una placa de cobre aislada con algodón, el «Telettrofono». Lo único que necesitaba era un prototipo y una patente, pero Meucci quedó atrapado en la explosión de una caldera del ferry Westfield, sufriendo varias heridas. A esto se sumó el descubrimiento de que su esposa había vendido varios de sus diseños y prototipos previos debido a su extrema situación económica.
Sin embargo, no bajó los brazos. Logró reunir el mínimo de 20 dólares (con el apoyo del secretario del consulado italiano en New York y dos hombres de negocios) para presentar en diciembre de 1871 un «aviso» o «consideración» sobre su patente, ya que no podía pagar el monto completo. Algunos análisis posteriores de esta consideración sugieren que nunca podría haberse convertido en una patente debido a la ausencia de detalles técnicos, pero el punto es que su sola existencia precede por cinco años a la patente de Bell.
En 1872, Meucci entró en contacto con Edward B. Grant, vicepresidente de la American District Telegraph (otras fuentes citan a Western Union, pero esto sería incorrecto), y solicitó permiso para probar su aparato en las líneas de telegrafía de la compañía. Presentó una descripción de su prototipo y una copia de la consideración, pero después de esperar por dos años, Grant le dijo que «habían extraviado» todo el material (con rumores de robo o sabotaje). En diciembre de 1874, la consideración para el Telettrofono expiró (algunos dicen que no pudo pagarla, otros que invirtió sus fondos limitados en patentes secundarias). En 1876, Bell recibió su famosa patente, y todos los esfuerzos posteriores por reconocer su trabajo fueron en vano.
No fue sino hasta el año 2002, que la Cámara de Representantes aprobó la Resolución 269, reconociendo formalmente «su trabajo en la invención del teléfono». Por supuesto, la disputa sigue abierta. Diez días después de R.269, la Cámara de los Comunes de Canadá reconoció de forma unánime a Alexander Graham Bell como inventor del teléfono (recordemos que Bell vivió y falleció en ese país).
Interesante historia.