Un trabajo publicado en 1998 por el gastroenterólogo británico Andrew Wakefield vinculaba la administración de la vacuna triple vírica (MMR) -que protege del sarampión, las paperas y la rubeola- con el autismo. El trabajo provoco una gran controversia y miles de niños en todo el mundo dejaron de recibir la vacuna. Pero hoy se sabe que Wakefield no sólo manipuló los datos para forzar la conclusión que buscaba, sino que también confundió a los padres participantes del estudio y falseó información. A pesar que Wakefield ya no tiene permiso para ejercer como médico, hoy dirige un centro de autismo en EE.UU. y cuenta con muchos seguidores. ¿Quién tiene razón?
Hace poco más de una década se desató una verdadera polémica a partir de la publicación de un estudio que relacionaba una vacuna que reciben los niños de forma habitual con un nuevo síndrome que era combinación de síntomas gastrointestinales y autismo. La vacuna en cuestión era la famosa “triple vírica” (MMR), que nos protege del sarampión, las paperas y la rubeola. El trabajo que inició el debate, elaborado por el gastroenterólogo británico Andrew Wakefield, se publicó en “The Lancet” en octubre de 1998. Como era de esperar, el artículo provoco temor en muchos padres que, confiando en las pruebas presentadas por Wakefield, comenzaron a mostrarse reacios a vacunar a sus hijos. El mensaje era claro: la triple vírica provocaba autismo. Rápidamente se formaron una enorme cantidad de “grupos antivacunas” que apoyaban la tesis del gastroenterólogo, y era muy común ver como cada intervención pública de Wakefield incluía un grupo de padres, madres y familias completas con sus hijos de la mano apoyando su mensaje.
Como ocurre en estos casos, se formaron grupos que defendían fervorosamente las dos posiciones posibles: “no debemos vacunar a nuestros hijos”, y “ Wakefield miente”. Durante años se presentaron estudios y pruebas que demostraban que no existía una relación directa entre la aplicación de la MMR y el autismo, pero como en tantas otras oportunidades, los “fieles” de la doctrina Wakefield –al igual que en cualquier teoría conspirativa que se precie de tal– negaban las pruebas presentadas y reforzaban su fe hacia el médico. Las autoridades sanitarias y el Consejo Médico General del Reino Unido, en Julio de 2007, iniciaron un proceso de investigación sobre las posibles malas prácticas en las que habría incurrido Wakefield al elaborar su estudio. Paralelamente, el movimiento antivacunas seguía creciendo, ignorando las permanentes denuncias relacionadas con la falta de ética y profesionalidad del médico. Finalmente, en enero de 2010, las investigaciones sobre mala praxis fueron confirmadas. El Consejo Médico General tenia pruebas para demostrar que Wakefield actuó “deshonesta e irresponsablemente“, “mostró un cruel desprecio” por el sufrimiento de niños y jóvenes al someterles a pruebas innecesarias, “abusó de su posición de confianza” y “provocó el descrédito de la profesión médica“.
A pesar de que se le retiró la licencia para ejercer la medicina en el Reino Unido y lejos de amilanarse, Wakefield continuaba apareciendo rodeado de sus fieles seguidores en cuanta entrevista televisiva pudiese conseguir. La revista médica “The Lancet” se retractó del artículo publicado en 1998, y se conocieron las consecuencias del trabajo de Wakefield en varios países. Sin ir más lejos, un brote de sarampión se registró recientemente en un colegio de Granada, dado que varios padres se negaron a vacunar a sus hijos. Pero ¿cuales fueron las pruebas presentadas en contra del estudio publicado por Wakefield? Un buen resumen de ello puede encontrarse en una serie de artículos que la revista British Medical Journal (BMJ) está publicando, en los que se demuestra como Wakefield manipuló los datos de los niños para forzar la conclusión que buscaba. Además, el médico enredó a los padres de los niños participantes del estudio, e incluso falseó los datos que estos le brindaron. Comparando el historial clínico de estos niños con los datos publicados en 1998 pueden verse las “sutiles correcciones” incluidas por Wakefield.
Las evidencias son demoledoras. Hoy se conoce que de los 12 niños citados en el estudio, sólo a uno se le confirmó el diagnóstico de autismo regresivo, frente a los nueve que se citaban en “The Lancet”. Los pacientes, en lugar de ser seleccionados al azar de un universo compuesto por miles de individuos, fueron seleccionados de familias pertenecientes a grupos antivacunación conocidos. Además, se pudo comprobar que el estudio fue financiado por abogados que pretendían demandar a las empresas farmacéuticas fabricantes de la vacuna -lo que sin dudas hubiese sido un negocio millonario- que contaban con los servicios de Wakefield como asesor. A lo largo de su artículo, el gastroenterólogo afirmaba que los 12 niños estaban sanos antes de administrarse la vacuna, pero la investigación demostró que al menos cinco de ellos habían tenido problemas previos. Wakefield dijo que los síntomas de autismo había aparecido en los días posteriores a la vacunación, mientras que las historias clínicas demuestran que en realidad, pasaron meses. Como es lógico, existe una frecuente desconfianza hacia la industria farmacéutica, que en varios casos ha dado muestra de faltas de escrúpulos de proporciones épicas. Pero en este caso, parece que la vacuna triple vírica que reciben cientos de millones de niños cada año no tiene relación con los casos de autismo.