“La naturaleza es sabia”, se repite una y otra vez, como una verdad revelada. Pero una breve mirada a nuestro alrededor sugiere que tal vez sea bastante estúpida. Y parece ser que tu cuello tiene la prueba. ¿Cómo dice? Sí, ¡accede a la nota para saber más!
Eso de que la naturaleza es sabia parece ser una especie de pensamiento mágico. Según sostienen quienes dotan de inteligencia a la naturaleza, esta parece responder a un plan de algún Dios determinado. Sin embargo, el mundo que nos rodea nos muestra más bien que llegamos hasta este punto de la evolución como resultado de bastantes casualidades, soluciones apiladas unas sobre otras desde que éramos seres unicelulares nadando en la sopa primordial hasta dar en nuestros días en esto que somos ahora, un conjunto babeante de personas enviando mensajitos a través de un dispositivo móvil.
Ejemplos los hay por millones; pero uno concreto, tal vez el más famoso, trata sobre el desarrollo del nervio laríngeo recurrente. Hay dos ramificaciones de este nervio, uno izquierdo y uno derecho. Inician su recorrido en el nervio vago, debajo del cerebro, y se conectan a la laringe. Envían impulsos motores y sensitivos y, si bien el trayecto debería ser muy corto (no más de unos 15 cms. en línea recta), bajan hasta el pecho, pasan por debajo del arco aórtico del corazón y vuelven a subir hasta la laringe. De esta manera, estos nervios, particularmente el derecho, pueden llegar a medir más de 50 cm., lo que, entre otras cosas, retrasa varias veces el tiempo de envío de señales. Y esto en los seres humanos. Sin ir más lejos, la jirafa tiene un nervio laríngeo de 5 metros.
La culpa de de este “error de diseño” la tiene el cuello: si creemos en la teoría evolucionista, cuando éramos pececitos sin cuello y todavía no habíamos evolucionado, un primitivo nervio laríngeo (nervio segmental) acompañaba a los vasos sanguíneos que alimentaban las agallas y se conectaba casi en línea recta. A través de la evolución, al alargarse el cuello, al nervio no le quedó otra que acompañar estos movimientos internos. Una naturaleza mínimamente inteligente podría haber recableado este nervio para que no quedara detrás del arco aórtico, lo que claramente no sucedió. Para los que quieren más detalles, pueden leerlo aquí (está en inglés).
Mathew Wedel, junto con un grupo de investigadores del Instituto de Paleontobiología de Polonia, van más allá en este estudio, al que llamaron “Un monumento a la ineficiencia”, analizando el recorrido que debía tener este nervio en los animales de cuello más largo que existieron: los dinosaurios saurópodos, y en especial el supersaurio, cuyo nervio laríngeo podía tener hasta 30 metros de largo. Dado que ciertos impulsos eléctricos se mueven a aproximadamente 0.5 mts/seg., en estos animales, una sensación de dolor transmitida por este nervio podía llegar a sentirse hasta 1 minuto después.
Para el final, citemos a Francisco Blázquez, profesor de biología español:
“La sabiduría de la naturaleza no es otra cosa que una inmensa capacidad de generar variabilidad en los seres vivos y la selección a lo largo de millones de años de estos seres en infinidad de situaciones determina también infinidad de soluciones.” (Se calcula que la cantidad de especies extintas es alrededor del 99.999 % de las que viven actualmente.)
“Las visiones animistas de la naturaleza tienen cabida en pueblos primitivos, en el mundo de Harry Potter o en nuestra infancia, pero no en seres adultos del mundo actual.”
Si aún te quedan dudas de si la naturaleza es sabia, dale una mirada a los seres humanos a tu alrededor. A mí me alcanza con verme al espejo.
¿Tú qué piensas? Si estás de acuerdo, ¿qué ejemplos tienes sobre la falta de inteligencia de la naturaleza? Y si no lo estás, ¿qué fundamentos puedes aportar?
¡Hasta el próximo To bit!