El número de humanos sobre la Tierra sigue aumentando. Cada día, el equivalente a la población de una ciudad pequeña se suma a los 7 mil millones de habitantes existentes. Es evidente que el espacio y los recursos disponibles no soportarán indefinidamente semejante crecimiento. Actualmente, la humanidad se distribuye sobre los continentes, ignorando más del 70% de la superficie del planeta: los océanos. Esta situación deberá cambiar pronto si no queremos tener problemas graves. ¿Es viable “colonizar” los océanos?
No hace mucho jugábamos con la idea de que -de seguir con este demencial ritmo de crecimiento- los humanos pesaríamos en algún momento lo mismo que el planeta en el que habitamos. Dejando de lado semejantes extremos poco probables, lo cierto es que cada vez somos más personas sobre la Tierra, y los recursos disponibles siguen siendo -con suerte- los mismos de siempre. En este momento, la población mundial ha alcanzado los 7 mil millones de humanos. La agricultura tradicional, aún utilizando fertilizantes y agroquímicas de todo tipo, apenas puede proporcionar alimentos para todos. No es ningún secreto que en muchas regiones del planeta se pasa hambre, y aunque no sea solamente consecuencia de la escasez de tierras cultivables, no hay dudas que ese motivo influye en dicha situación.
La superficie cultivable se va reduciendo día a día. A pesar de que se talan bosques impunemente para dedicarlos a la agricultura, muchas veces sin los permisos correspondientes y violando los principios más elementales del sentido común, lo cierto es que las urbanizaciones, los primeros síntomas del cambio climático y la degradación del suelo culpa del cultivo intensivo hacen que la cantidad de kilómetros cuadrados cultivable disminuya año a año. Los terrenos “ganados” a las selvas solo son productivos unos pocos años, y luego se transforman en desiertos improductivos. No hay que ser un genio para darse cuenta de que si la cantidad de bocas a alimentar aumenta, y los alimentos disponibles disminuyen, estamos preparando una situación que tarde o temprano nos explotara en la cara. ¿Cual es la solución? Muy simple: o disminuimos la cantidad de habitantes, o generamos mayor cantidad de recursos.
La primera alternativa ha demostrado ser prácticamente imposible de implementar. Tiene buenas posibilidades de éxito en aquellos países que cuentan con un adecuado sistema educativo, en el que sus habitantes están al tanto de los métodos anticonceptivos y comprenden la necesidad de utilizarlos. Pero en la mayoría de los países llamados “en vías de desarrollo”, no solo falla la educación sino que a menudo los interesados siquiera pueden obtener anticonceptivos. Como sea, la solución pasa por el aumento de la generación de recursos. Hace unos días, la revista BioScience publicó un artículo basado en la investigación de un grupo de investigadores del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) de España, en el que se presentan datos sobre el potencial que posee la acuicultura (agricultura marina) para proporcionar suficientes alimentos para la creciente población mundial. Los autores del informe no ven la pesca intensiva como la opción más importante, debido a que en general agotan las poblaciones de peces silvestres y el tiempo necesario para reponer las reservas no hace otra cosa repetir el modelo que hemos empleado durante años en las tierras.
La idea es “cultivar” en el océano. Las proyecciones expuestas en el informe demuestran que la acuicultura podría multiplicar la producción de proteínas provenientes del mar -generalmente pescados y mariscos- por un factor 20 para el 2050. Esto representaría un gran avance respecto de la situación actual. Si tenemos en cuenta que “generar” una caloría de origen animal demanda 10 veces más cantidad de agua potable que una caloría de origen vegetal (granos, por ejemplo), producir carne en el mar, donde no hace falta utilizar la cada vez más escasa agua potable, no es en absoluto mala idea. Actualmente, los productos de carne de animales representan sólo el 3,5% de la producción de alimentos, pero requieren del 45% del agua utilizada en la agricultura. Teniendo en cuenta que la demanda de carne aumentará en un 21% entre 2005 y 2015, deberíamos comenzar ya mismo a pensar en alternativas.
Hay muchas razones más que hacen de la agricultura marina algo muy atractivo. El uso del nitrógeno, por ejemplo, es mucho más eficiente en los animales marinos. Por cada kilogramo de carne producido, la acuicultura produce de dos a tres veces menos nitrógeno que la producción de ganado. Desde un punto de vista nutricional, la sustitución de la carne y los lácteos por mariscos y pescados también es muy deseable, ya que estos productos son ricos en componentes saludables, como los ácidos grasos omega-3. Algunos especialistas ya están pensando en “mudar” la producción de peces desde las costas -sitios que generan la mayor parte de los recursos marinos en la actualidad- a alta mar. Esto tendría la ventaja del espacio disponible y de no interferir con las actividades recreativas que generalmente se dan en las costas. Para ello están desarrollando enormes “jaulas” en las que -a modos de “corrales”- se criarán los peces que alimentarán a la humanidad en los próximos años.
Obviamente, los océanos tienen mucho más para ofrecernos. Además del alimento, pueden proporcionar la energía eléctrica que la sociedad de las próximas décadas demandará. La fuerza de las olas o los movimientos de las mareas pueden aprovecharse para producir electricidad absolutamente limpia y a un precio mucho menor que poner paneles solares en el espacio. Pelamis, por ejemplo, es un sistema sencillo y barato que puede ponerse en funcionamiento mañana mismo. Las corrientes marinas, verdaderos “ríos” dentro del océano, podrían aprovecharse para mover las aspas de generadores eléctricos submarinos. Algunos creen que también podría utilizarse la enorme inercia térmica que poseen los océanos como un sistema de “climatización” de los edificios costeros. Dado que el agua del océano está todo el año a una temperatura bastante similar, podría bombearse hacia intercambiadores de calor dentro de los edificios para refrigerarlos sin consumir tanta electricidad. Por supuesto, un sistema de estas características debe ser bien analizado antes de implementarlo, ya que si se hiciese de forma masiva podría modificar levemente la temperatura de las aguas costeras destruyendo sus ecosistemas, aunque parece poco probable.
Desde que hace millones de años dejamos los mares para comenzar a evolucionar en tierra firme hemos aprendido a vivir de la caza y la agricultura. Nos ha llevado siglos desarrollar técnicas de cultivo y cría de ganado como para que miles de millones de humanos reciban su comida cada día. Sin embargo parece que este modelo está llegando al límite de sus posibilidades. Quizás haya llegado la hora de emprender un regreso -al menos en lo que alimentos y energía se refiere- a los orígenes. Cuidando, por supuesto, de no cometer los mismos errores que hemos cometido con la tierra cultivable.