La Web es una esponja gigantesca que recolecta información personal, de eso ya no tenemos dudas. A veces estamos de acuerdo, ¿pero qué pasa cuando la respuesta es no? La socióloga Janet Vertesi explicó a través de un artículo en la revista Time cómo fue que intentó ocultar su embarazo al Big Data, para reclamar una pizca básica de privacidad. Y si bien lo logró, el trabajo fue demasiado duro, casi hasta sentirse como una delincuente.
Buscar algunos componentes electrónicos en eBay me garantizaron tres o cuatro correos electrónicos repletos de ofertas en 48 horas. Una vista a Amazon para consultar el precio de los libros de Orson Scott Card y la saga de Game of Thrones tuvieron exactamente el mismo efecto. Eso, no es otra cosa más que el Big Data en acción, o mejor dicho, una fracción insignificante de un gigantesco motor en constante funcionamiento. No importa si el mensaje es “compra” o “pórtate bien”, el punto es que está ahí, trabajando, y quiere saber un poco más sobre ti. Qué amas, qué odias, que consumes. ¿En qué punto la publicidad se convierte en espionaje? Es un tema muy delicado, por supuesto. La gran mayoría de los sitios y servicios gratuitos en la Web desaparecería sin publicidad, pero una cosa es un banner al tope de una página vendiendo gaseosa, y otra es un sistema de rastreo específico, con una precisión que da miedo.
Uno de los casos más mediáticos se conoció en febrero de 2012, cuando la tienda Target descubrió que una adolescente estaba embarazada antes que sus padres, a través de patrones de compra con tarjeta de crédito y búsquedas adicionales. Y hoy nos encontramos con la historia de la socióloga Janet Vertesi, que decidió llevar a cabo un experimento: Ocultar su embarazo al Big Data. Una tarea titánica si tenemos en cuenta que hay toda clase de rastreadores buscando embarazadas para, bueno… venderles cosas. Vertesi no sólo debía enfrentar a los bots devoradores de información, sino a las propias redes sociales. Un simple “me gusta” en la foto de un bebé arruinaría cualquier intento de camuflaje. Su técnica para enfrentar los nueve meses de embarazo bajo el radar del Gran Hermano consistió en descargar una copia de Tor, usar mucho efectivo, evadir cualquier descuento especial asociado a “tarjetas de lealtad”, y crear una cuenta paralela de Amazon vinculada a un correo electrónico mantenido en un servidor personal, con un casillero como dirección de envío, usando tarjetas de obsequios (también pagadas en efectivo).
Como podrán imaginar, esto le creó problemas con amigos y familiares. Un “felicitaciones” en Facebook de parte de su tío llevó a que Vertesi borre el mensaje y quite a su tío de la lista de contactos. Otro familiar envió un mensaje por chat privado en la misma red social. Aparentemente, su tío pensó que con no colocar el mensaje en el muro “era suficiente”, mientras que el otro familiar dijo no saber que un mensaje privado en Facebook, no tiene nada de privado. Lo más perturbador de todo fue que una broma recurrente de Vertesi estuvo a punto de convertirse en realidad. En varias ocasiones le dijo a su familia que probablemente estaba en una “lista negra” por su excesivo uso de Tor y de efectivo. Pero después de enviar a su esposo a comprar tarjetas de obsequio para Amazon (quería adquirir un cochecito), descubrió un cartel en el cual la tienda “se reservaba el derecho” de limitar la cantidad diaria de tarjetas prepagas, y que estaban obligados a reportar a las autoridades cualquier transacción “excesiva”.
Sabemos bien que el uso exagerado de efectivo puede despertar ciertas sospechas en algunas regiones, pero que una embarazada esté obligada a caminar al borde de lo criminal para conservar su privacidad, ya es entrar en territorio absurdo. La conclusión de Vertesi es que el famoso “opt-out” es un mito. Salir por completo del sistema tiene efectos sociales, económicos, e incluso legales. Y la idea del “tómalo o déjalo” no es suficiente. Un reciente reporte publicado por la administración Obama sobre el Big Data recomienda una actualización general de las leyes de privacidad en los Estados Unidos. Ahora, la pregunta es: ¿Y qué hay del resto?
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