La guerra biológica es casi tan antigua como la guerra misma. Se sabe que en el siglo VI antes de Cristo los asirios envenenaban pozos con un hongo del centeno, y difícilmente hayan sido ellos los primeros en utilizar este tipo de armamento. En tiempos modernos probablemente corresponda al Japón el “honor” de haber sido los que más experimentaron con agentes patógenos en humanos, utilizando su infame Escuadrón 731. Desde 1932 y hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, ese país contaminó a miles de prisioneros con shigella, peste, meningitis y ántrax, entre otras cosas, y mató a unos 200 mil chinos utilizando armamento biológico. Esta es su historia.
La guerra bacteriológica, contrariamente a lo que se puede pensar, no es un invento moderno. Mucho antes de que la humanidad supiese qué tipo de agente era el que causaba determinadas enfermedades, utilizaban elementos contaminados -o incluso cadáveres de personas que habían muerto víctimas de enfermedades contagiosas- para transmitir esos males a sus enemigos. Uno de los casos registrados más antiguos data de unos 500 o 600 años antes de nuestra era, cuando los asirios envenenaban pozos de agua potable con un hongo que se producía en el centeno. El cornezuelo de centeno causaba en quienes bebían ese líquido una enfermedad que más tarde se conocería como “fuego de San Antonio” y que gangrenaba sus extremidades.
Los tártaros, durante el asedio a la ciudad crimea de Kaffa, en 1346, lanzaron mediante catapultas los cuerpos infestados de plaga a sus enemigos, contagiando a sus habitantes con la terrible peste. También se sabe que durante “la conquista del Oeste”, los colonos blancos que se expandían por los Estados Unidos de Norteamérica “obsequiaron” a los indios poco dispuestos a dejarles su territorios con frazadas que habían sido usadas por pacientes enfermos de viruela, exterminado tribus completas.
El Escuadrón 731
Pero -dentro de las historias que se encuentran documentadas y han logrado hacerse públicas- los que más experimentaron con este tipo de armas, aún sin saber a ciencia cierta cómo funcionaban, fueron los japoneses. Durante la denominada Segunda Guerra Chino-japonesa (1937-1945) y la Segunda Guerra Mundial, esa nación puso a punto un programa encubierto de investigación y desarrollo de armas biológicas llamado Escuadrón 731, bajo el control del Ejército Imperial Japonés. En ese marco, se llevaron a cabo experimentos -en su enorme mayoría letales- sobre humanos.
El programa se conocía oficialmente como Laboratorio de Investigación y Prevención Epidémica del Ministerio Político Kempeitai, y nació con el objetivo de contrarrestar la influencia ideológica del enemigo. El Escuadrón 731, camuflado como una planta de purificación de agua y situado al noreste de la ciudad china de Harbin, fue responsable de los más terribles crímenes de guerra cometidos por militares. La primera fase del programa consistió en desarrollar métodos para contrarrestar la propaganda comunista proveniente sobre todo de China, pero pronto las cosas se pusieron mucho más feas.
El Escuadrón 731 se transformó en un ente destinado a promover la -supuesta- supremacía racial japonesa, elaborar teorías racistas que sustentasen esos supuestos, tareas de contraespionaje y -finalmente- realizar los más crueles experimentos en humanos. Se supone que unas diez mil personas, entre civiles y militares, mayoritariamente de origen chino, coreano, mongol y ruso, perdieron la vida durante los experimentos que se efectuaron en el Escuadrón 731. Provenían de las poblaciones de los alrededores, y había cientos de niños, miles de mujeres, bebes y ancianos.
En las instalaciones se efectuaban “investigaciones” sobre la peste bubónica, el cólera, el ántrax y la tuberculosis. Los prisioneros eran inoculados con diferentes agentes patógenos, y luego se estudiaba la forma en que se desarrollaba la enfermedad y como se contagiaban unos a otros. Prácticamente todos los experimentos y disecciones se realizaron sin utilizar ninguna clase de anestésico, ya que los encargados de dirigir semejante centro de investigación creían que su uso podía influir en los resultados, así que se limitaban a atar a los prisiones y extraer muestras de tejidos o incluso órganos completos para analizarlos.
Entre otros experimentos, se emplearon pulgas para transmitir la peste bubónica. Se utilizó a los prisioneros como “hospedaje” para las pulgas, para producir millones de estos insectos. Una vez que se dispuso de la suficiente cantidad de pulgas contaminadas, se las arrojó sobre poblaciones chinas causando -según la fuente que se consulte- entre 200 y 400 mil víctimas mortales, casi todas ellas civiles. El Escuadrón 731 es considerado hoy uno de los mas atroces centros de experimentación con humanos que jamás haya existido.
Lamentablemente no fue el único, y es posible que hayan existido varios centros similares en otros países, quizás con menor tamaño. Decenas de guatemaltecos, por ejemplo, aún reclaman a los Estados Unidos por los daños producidos -ceguera, demencia, dolores crónicos, etcétera- cuando a mitad de siglo pasado sus tropas los inocularon (a la fuerza y sin explicar de que se trataba) con sífilis. La humanidad, la misma que ha producido genios como Einstein, Picasso o Beethoven, ha creado este tipo de horrores, de los que difícilmente nadie pueda enorgullecerse. ¿No te parece?
Por desgracia esa es una práctica que no va a acabar…
Los japoneses lo habrán hecho durante la segunda guerra mundial pero los EEUU han llevado desde entonces la delantera en la guerra bacteriológica y química. En Vietnam acabaron y a Cuba lo que le han introducido para acabar con la aliemntación ha sido tremendo. Por eso es extraño que ahora los EEUU digan que los sirios están usando armas químicas y que hay que bombardearlos, si ellos han largado armas químicas y bacteriológicas por medio mundo.
Es aberrante todo lo que hizo el imperio japonés entonces. Con razón pasó lo que les pasó. Llamenlo karma o destino, pero se lo tienen bien merecido. (No, la verdad no por todos los civiles inocentes que murieron por las decisiones de su rey).