La historia de la medicina está repleta de herramientas raras y técnicas con una efectividad cuestionable. En el pasado exploramos los mejores ejemplos de curanderismo atómico, el tabaco «recomendado» por doctores, y los supuestos beneficios de la masturbación en el tratamiento de la «histeria femenina»… pero los registros fotográficos son irresistibles para nosotros, y en esta ocasión, nos cruzamos con sesiones de «baños galvánicos» que combinan electroterapia e hidroterapia. Aunque debemos analizar el contexto, en el fondo de nuestra mente una pequeña voz grita que mezclar agua y electricidad es una mala idea…
El concepto de hidroterapia es mucho más antiguo de lo que pensamos. Egipcios, griegos y romanos lo utilizaron ampliamente. Hipócrates recetaba baños con el objetivo de tratar enfermedades, mientras que en Asia era frecuente (y aún lo es) el uso de aguas termales para aliviar ciertas condiciones. Pero a principios del siglo XIX surgió la variante del baño galvánico, potenciada por los esfuerzos de Jennie Kidd Trout, la primera doctora con licencia en Canadá.
En esencia, el baño galvánico puede ser de cuerpo entero, o con la aplicación de «cuatro celdas» ocupadas por las extremidades, lo cual representa una ventaja para el paciente, ya que permanece sentado y con la ropa puesta. La hipótesis circulante sugiere que al combinar agua a una temperatura templada (entre 30 y 40 grados Celsius) con corrientes eléctricas de muy baja intensidad y correctamente aisladas, es posible tratar enfermedades degenerativas como la artritis, y otros problemas en las articulaciones.
El baño galvánico pertenece a la categoría de medicina alternativa (de la cual ya tenemos demasiada), y al parecer no hay ningún estudio moderno que confirme o niegue sus beneficios. Sin embargo, a principios del siglo XX fueron muy populares, y los registros fotográficos de sus sesiones son abundantes. A continuación, una pequeña muestra… ¡pero no te vayas lejos! También tenemos el caso de la llamada «terapia de luz» para que veas…