«Siempre se ha hecho así». «Más vale malo conocido que bueno por conocer». Economistas ortodoxos que siguen recomendando las mismas recetas década tras década. Jefes inflexibles que rechazan nuevas herramientas. Lo has escuchado en el trabajo, en la escuela, en los medios, entre tus amigos y familiares. Esa tendencia negativa a repetir soluciones previas y no considerar otras posibilidades es mucho más frecuente de lo que imaginamos, y tiene un nombre: El «Efecto Einstellung».
Todos conocemos el concepto de «memoria muscular». Si una tarea motriz se repite un número significativo de veces, la persona logrará ejecutarla con un mínimo esfuerzo consciente, sin sacrificar velocidad o precisión. Todos esos vídeos sobre «trabajadores extraordinarios» en YouTube son ejemplos contundentes de memoria muscular, una «mecanización» del trabajo físico, si se quiere. Sin embargo, lo cierto es que un estado mental también puede terminar mecanizado, especialmente a la hora de solucionar problemas.
Digamos que enfrentas un inconveniente, y encuentras una buena solución. En el futuro aparece otro problema con características similares, y vuelves a aplicar la misma solución. El ciclo se sigue repitiendo (problema similar – misma solución), pero esto arrastra un defecto: La repetición de esa solución no te permite visualizar o implementar ideas alternativas que podrían ser más apropiadas y/o eficientes. La acumulación de experiencias previas se transforma en un sesgo cognitivo, un efecto negativo del cual no siempre es sencillo escapar: El Efecto Einstellung.
Uno de los experimentos más conocidos sobre el El Efecto Einstellung se remonta al año 1942, con Abraham Luchins y sus tres jarras de agua: En la jarra «A» entran 127 unidades de agua, en la «B» 21 unidades, y en la «C» 3 unidades. El objetivo es llenar y vaciar las jarras de modo tal que sea posible medir exactamente 100 unidades, pero hay una restricción: Al llenar una jarra, siempre debe ser hasta el borde, sin excepciones.
La solución no es complicada: Se toma la jarra «A» llena hasta el borde, y se la usa para llenar la jarra «B», lo que deja 106 unidades en la jarra «A». El segundo y tercer paso se reducen a usar la jarra «A» para llenar la jarra «C» dos veces (con un vaciado en el medio). Luchins continuó con su experimento presentando ejercicios similares, que fueron resueltos rápidamente por los participantes aplicando esa mecánica de tres pasos.
Sin embargo, en uno de los ejercicios Luchins usó tres jarras de 23, 49 y 3 unidades respectivamente, con el objetivo de medir 20 unidades. La gran mayoría de los participantes adoptó la solución previa de tres pasos (usar la jarra de 49 para llenar la de 23, y luego llenar la de 3 dos veces), lo cual sirve para cumplir con la condición final… pero en el proceso ignoraron la solución más directa, que era usar la jarra de 23 unidades para llenar la de 3, evitando a la de 49 por completo y ahorrando un paso. Cuando Luchins le dio al grupo la advertencia «no sean ciegos», más de la mitad usó la solución corta.
¿Qué podemos extraer de todo esto? Que el cerebro humano puede ser eficiente al encontrar una solución, pero la solución en sí misma puede no serlo. Que las personas tienden a asimilar una regla razonable y la interpretan como «cierta» hasta que se prueba lo contrario, o conservan un comportamiento específico hasta que deja de funcionar, y aún así no dudan en regresar a aquello que probó ser «correcto» previamente si la ocasión lo amerita. ¿Has vivido esto antes, o conoces a alguien que podría estar atrapado en el efecto? ¡Deja un comentario!
Muy interesante, no sabía que tenía ese nombre.
Bestial como siempre. Es verdad que ocurre a menudo, es un sesgo cognitivo que no nos damos cuenta. Un saludo.