Antes de que el almacenamiento magnético arrasara con todo a su paso en el mercado para luego rendirse a los pies de los medios ópticos y las descargas directas, la distribución de juegos apelaba al venerable cartucho, un formato que comenzó su gran aventura con la Fairchild Channel F en 1976. Fácil de conectar, manipular y mantener, el cartucho no sólo era práctico, sino también casi indestructible. ¿Cuál es su secreto? Una vez más, The 8-Bit Guy se encarga de explicarlo.
Mi primera consola basada en cartuchos fue un clon local de la histórica Atari 2600. Había que maniobrar un poco para introducir ciertos cartuchos, pero al final siempre funcionaban. Cuando llegué al primer clon del NES (técnicamente, clon del Famicom) ya había sido asimilado por los gráficos VGA del ordenador, y sus juegos almacenados en disquetes y discos duros.
Sin embargo, el cartucho siempre fue un formato especial. Además de crecer con él, también entregaba garantías que los medios magnéticos no tenían en ese entonces. Un sector dañado en un disquete podía arruinar a un juego entero, y lo mismo sucedía con un cassette sobre el televisor o un altavoz. El cartucho trabajaba aún en las condiciones más extremas, y lo único que pedía a cambio era un soplido, o la limpieza de sus contactos con algo blando, como una goma de borrar (de las blancas, para lápices). ¿Cómo lograba eso?
El encargado del canal The 8-Bit Guy lo explica en este reciente vídeo. Todo comienza con una anécdota personal: En más de una ocasión trató de grabar en cinta el contenido de los cartuchos para su Commodore VIC-20, aunque eso jamás funcionó. Verán, el chip MOS 6502 en el VIC-20 puede acceder a 64 kilobytes de memoria, pero el ordenador en sí solamente tenía 5 KB de RAM y unos 20 KB de ROM (si mal no recuerdo, la RAM libre efectiva era de 3.5 KB). Esto significa que el mapa de memoria posee varios espacios vacíos, los cuales son ocupados por cada cartucho cuando es conectado.
Así queda revelado uno de los aspectos más sorprendentes de los cartuchos: Eran juegos, y al mismo tiempo «expansiones de hardware». Con el paso de los años y el avance tecnológico, el cartucho se transformó en un medio formidable para mejorar las funciones y especificaciones de ciertas consolas. Uno de los ejemplos más recordados (y a la vez mediáticos) es el coprocesador de aceleración Super FX que Nintendo utilizó por primera vez en el juego Star Fox.
En resumen: Los cartuchos fueron aquellos «paladines» que nos ayudaron a disfrutar de de juegos avanzados durante una época de memoria RAM escasa y extremadamente costosa. A medida que la cantidad de RAM disponible aumentó tanto en ordenadores como en consolas, la relevancia del cartucho cayó en picada. Este cambio también liberó el potencial del almacenamiento magnético, y a pesar de los tiempos de carga más lentos, la calidad del contenido era muy superior.
El vídeo tiene varios ejemplos adicionales que vale la pena repasar, pero hoy encontramos consolas con gigabytes enteros de RAM, y discos duros de uno o dos terabytes. ¿Por qué volveríamos al cartucho? Una de las claves es la memoria Flash. Sus desventajas tienen un impacto menor con cada nueva generación, y su costo continúa bajando. Con algunos juegos demandando descargas de varios gigabytes, volcar el contenido completo a un «cartucho Flash» y dejar que la consola guarde las actualizaciones en su almacenamiento interno (parches, hotfixes, etc.) no suena tan mal.
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