En los últimos días de 2013 hablamos sobre un proyecto en el que alguien subió y bajó mil veces el mismo vídeo a YouTube, destruyendo su contenido debido al exceso de compresión. El artista Pete Ashton decidió llevar a cabo algo similar bajo el nombre I Am Sitting In Stagram, pero en vez de utilizar audio o vídeo, publicó la misma imagen 90 veces en Instagram. Los resultados hablan por sí solos.
En más de una ocasión me han preguntado por qué algunas imágenes se ven tan mal en Facebook. La respuesta es sencilla: Facebook las destruye. Con casi 1.400 millones de usuarios activos, el espacio de almacenamiento es un recurso vital en la red social, y esto provoca que los algoritmos internos apliquen una capa adicional de compresión sobre imágenes que ya fueron comprimidas. De más está decirlo, las consecuencias son espantosas. Lo más triste de todo es que Facebook no es el único que aplica semejante tratamiento a las imágenes. Tanto Twitter como Instagram son compañeros en el horror, pero el caso de Instagram es aún más ofensivo. ¿Por qué? Porque contamos con cámaras de última generación que pueden capturar docenas de píxeles, sólo para que la red social las deje en poco más de 600 píxeles por lado, una resolución que puede capturarse con una webcam de quince años de antigüedad.
Si no están convencidos de lo que digo, sólo tienen que echar un vistazo al proyecto artístico de Pete Ashton, llamado I Am Sitting In Stagram. Básicamente, lo que ha hecho Ashton es llevar al extremo el concepto de “regramming”, lo mismo que el “retweet”, pero con imágenes. Ashton tomó una imagen de Alvin Lucier, el creador del proyecto original “I Am Sitting In a Room” basado en audio, y comenzó la cadena publicándola en su perfil. Luego generó una captura de pantalla de su publicación, y volvió a publicarla. Ashton repitió el proceso 90 veces, y lo que quedó de la imagen es una masa gris plagada de líneas verticales, con un contorno apenas definido de lo que era la foto original, y sin información sobre los colores.
Esto nos lleva a dos conclusiones. La primera es que las redes sociales no son aptas para la conservación de imágenes. Existen algunas excepciones a la regla (me viene a la mente Flickr), pero en todos los casos son los servicios quienes escriben las reglas, y el usuario sólo puede jugar en sus cajas de arena, o salir de ellas. Y hablando de usuarios, llegamos a la segunda conclusión, aún más seria que la primera: A la gente no parece importarle hasta que es demasiado tarde.
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