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El negocio de los “Me Gusta”

Me gusta

Usado como forma de opinión, de validación, de agradecimiento y como sintético medio de expresión, el botón “Me gusta” de Facebook se ha consolidado en la sociedad de consumo de manera tal que su valor ha dejado de ser meramente simbólico. En Bangladesh, cientos de personas hacinadas en salas de condiciones paupérrimas, se conectan a la web y mediante cuentas falsas producen “Me gusta” para los clientes del negocio de los “Me Gusta”

Ser es ser percibido, decía Berkeley y si a eso le sumamos que en internet Saint Exupéry no pega tan fuerte, ya que lo esencial es visible a los ojos, tenemos ante nosotros un combo publicitario que resulta en un narcisismo auto promocional, valga la redundancia. Esta filosofía de la pública caricia autoinfligida es la que comparten tanto los que –como perros que se lamen así mismos- le ponen Me Gusta a sus propias intervenciones en las redes sociales, como las empresas que están bajo el influjo de la dictadura comunicacional de la omnipresencia, a través del aplauso virtual y de la difusión endémica del mismo. Ante esta actualidad, parece ya no importar en qué rango de realismo esté circunscrita una idea o un producto, mientras su difusión parezca estar legitimada por el validador virtual por excelencia en estos tiempos: El Me gusta. Es por esto mismo que tal y como se hace en otras industrias -especialmente en esa que fabrica políticos vaciados de ideas-, el negocio de los “Me Gusta” está en auge.

Sumado a la fabricación de zapatillas de primera marca y a el ensamble de hardware de alta gama, las fábricas del denominado Tercer Mundo tienen un nuevo sector, en donde se fabrica éxito ficticio a pedido de empresas y representantes de personas. Allí, en las urbes de Bangladesh, cobrando 120 dólares al año, se aprietan en una sala cientos de personas que tienen que generar al menos 1.000 Me Gusta o Retweets para los clientes de sus empleadores. El aumento de la popularidad por la vía del “sharing” automático que produce un Me gusta o un retweet cotiza alto, y según un informe de Channel 4 (un canal de televisión inglés), estas fábricas de Me gusta son las que producen o condimentan la agitación social de ciertos fenómenos, productos y/o personas en la red.

A través de la creación de perfiles falsos, estos empleados producen una mercancía intangible, pero de alto valor poniéndole Me gusta a los comentarios o publicaciones de marcas, políticos, artistas, eventos y todo lo que se beneficie de la repercusión positiva de su imagen. El fenómeno no sólo se da en Facebook, sino que se transmuta en cualquiera sea el modo de valoración de diferentes redes sociales o sitios web, como por ejemplo puntuaciones a productos en sitios de revisión, visualizaciones en Youtube, retweets y lo que sea que implique una valoración positiva. Según la investigación, cada 1.000 interacciones sociales (clic en “Me gusta”, por ejemplo), los empleados ganan 1 dólar.

Conocido este caso, al lector ahora le cueste menos comprender por qué es que el “No me gusta” es algo en lo que Facebook se ha mostrado reacio a implementar, salvo que encuentre una forma de contrarrestar la posición incómoda y la consecuencia económica en la que podría dejar a ciertos productos, marcas y shows televisivos a merced de la real evaluación de los consumidores y público. ¿Para qué una empresa como Goldman Sachs o American Airlines querría tener una página de Facebook con más “No me gusta” que “Me gusta”? Si trasladamos esta pregunta a series de televisión, personalidades y políticos, la idea de un botón “No me gusta” en la vidriera más grande del Universo se diluye aún más.

Bangladesh es uno de los centros de operaciones de estas "fábricas de Me Gusta"

En un marco de trabajo casi esclavo con unas condiciones laborales indignas, el negocio del engaño a los consumidores tiene una vigencia y una importancia que cuesta describir sin entrar en el terreno de lo considerable como conspi-paranoia. Tanto es así que el medio británico dio con un empresario que se daba a conocer como el Rey de Facebook, debido a la mano de obra que tenía a su cargo para crear cuentas falsas. Como el panorama es sombrío y las políticas exhaustivas de confirmación de datos personales es resistida tanto por algunos grandes servicios web como por sus usuarios, diversas organizaciones de derechos humanos se han ocupado de alertar la situación y de poner en conocimiento tanto a las instituciones estatales e internacionales responsables de la regulación en materia laboral, como a los consumidores, a los que se quiere seguir engañando aprovechándose de su connivencia; a veces producto de su ignorancia, otras del desinterés y otras tantas de su funcionalidad.

Como bien indica cierta sabiduría popular; reconocimiento y fama no son la misma cosa. La diferencia está, principalmente, en que una se merece y otra se adquiere. El medio con el cual se lo hace es lo que da la pauta de su génesis, y por eso el efecto que tienen algunos validadores sociales virtuales como el “Me gusta” debe ser puesto en consideración y en constante interpelación. Mucho más si detrás de su uso masivo se halla una maquinaria publicitaria de considerable dimensión, controlada a través del dinero y cuya repercusión en las redes sociales se entremezcla con la interacción de millones de usuarios cuyo accionar en este medio es más comunicativo que comercial.

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Escrito por Nico Varonas

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